DULCE TULUMBA

Uno va caminando por una callecita de Estambul, les aseguro que no es tan simple como suena, caminar por esas calles es en sí una gran experiencia. Se puede pasear por Europa y con solo apurar el tranco aparecer en Asia. Basta atravesar el Bósforo y cambiar de continente.

Eso sólo puede pasar en Estambul.

Darse una vuelta, rodenado el cuerno de oro y llegar al Café de Pierre Lotti, sentarse frente a ese horizonte poblado de siluetas de mezquitas y barcos, de la siempre concurrida Constantinopla.

Eso también, sólo puede pasar en Estambul.

Frente a la vieja parada final del Orient Express, al lado de la puerta de entrada al Imperio Romano de Oriente, se puede uno sentar en la que seguro es una de las casas de té más hermosas del mundo. Los dulces tradicionales son verdaderas obras arquitectónicas, quizá más logradas que la misma mezquita azul o el Palacio de Dolmabahçe, montañas de mil hojas bañadas con cataratas de miel y granizadas con pistacho.

Encontrar estos exquisitos dulces, sólo puede pasar en Estambul.

Este viajero se llenó de curiosidad y cierta añoranza, cuando descubrió que uno de las más dulces y deseados manjares se conseguía diciéndole a la señora que atendía: Tulumba. Tal y como suena, este es el nombre del más exquisito de los pasteles turcos. Tulumba, como el querido pueblo del norte cordobés. Un sitio soñado, basta con dar dos pasos para llenarse los pulmones de aire puro y cruzarse con el primer tulumbano sonriente, de los muchos que te encontrarás a lo largo del día.
Un lugar mágico donde se escucha el río desde cada rincón del pueblo, donde su gente se jacta del pan fragante, con un bellísimo paisaje que te termina dejando los ojos verdes.

Y créanme amigos, eso, eso sólo se puede hacer en Tulumba.



Dedicado a sus embajadores.

1 comentario:

Anónimo dijo...

lindo lo de los ojos verdes!
Es cierto
Esto sólo puede pasar en patodromo

MARTINO DEL OESTE