EL INTOCABLE

Le tiraron de todo. Ganchos, jabs, uppercuts, directos de izquierda, de derecha; hasta algún codazo se le vino encima alguna vez. De todos modos nada llegaba a puerto, una cintura que se contorneaba bajo el plafond del Luna esquivaba golpes, cabezazos, escupidas, puteadas y un montón de ilusiones de pegarle al campeón.
Nicolino lo esquivó todo. Se le agachó al cuore hace unos meses y se le rió con tres by pass. Hace un par de días el calendario le tiró un 66 y el intocable, con una finta maravillosa, no acusó el golpe.
Hoy el bobo le tiró un directo que le dio de lleno.
Parece que venía cansado evitar tanto ataque, en un round que no terminaba nunca.
Ya está campeón, tranquilo.
Gong

CORAZÓN DE MADERA

Como un fantasma lo ves aparecer detrás de una espesa niebla de aserrín. Apenas se distingue el parpadeo de su inseparable cigarrito mentolado. Por todos lados hay madera, del suelo al techo. Puertas, patas, taquitos, mesas, todo, todo de madera. El Santi tiene madera hasta en la ropa, los bolsillos llenos del polvillo de la madera. Tanta madera, si hasta el corazón tiene de madera.
A veces, siempre, absolutamente siempre, recuerda a su amada mujer, a la que se fue tan pronto hace tan poco, a la que se le agotó la vida justo cuando estaba poniéndose todo más lindo. Cuando esos destellos vienen a su mente, la dorada medalla con la cara de su amada que le cuelga del cuello, pareciera brillar con más ganas. Sus ojos también, se sacuden tanto polvo y se llenan de un brillo húmedo y radiante. Con la humedad, se le hincha el corazón, el de madera, y parece que se le saldrá del pecho.
Soy viudo, me dijo anoche y parecía que se lo decía a sí mismo antes de llegar a la cruel realidad de la casa sola y las ollas frías. El Santi se estaba convenciendo, estaba metiéndole sierra a las ilusiones, martillando sueños, lijando deseos. Adónde podré viajar solo, decía, no se puede andar solo. Y fantasea con esa maravillosa mujer que esperaba para cenar a su hombre con olor a madera. A ese grandote que se erige como un roble y que tantas veces en sus brazos, se desarmó emocionado volviéndose chiquito como un puñadito de piezas de dominó.
Sos de buena madera Santi, te los digo en el idioma que vos mejor entendés: Sabe perfectamente, TOC TOC, que nunca dejaste de pensar en ella, TOC TOC.

ANITA DE LOS DOS PUERTOS

Vivo en una sociedad que tiene una edad mental media de trece años. Una incultura generalizada aberrante, indignante. A la gente le interesa más la vida de los demás que la propia, y más precisamente la vida de la entrepierna de los demás. Muestra de una vaciedad absoluta. Cuando digo incultura, no me siento subido a nada, no me refiero a quienes no tuvieron la oportunidad de estudiar. Mi bisabuela era analfabeta, sin dudas la persona más culta de mi familia. Una mujer que vivió cien vidas juntas.
Anita de los dos puertos, vivió en dos continentes, en dos pueblos. De día estuvo en La Pampa, trajo tres hijas al mundo tras el sonido trepidante del cereal triturado en el inmenso molino harinero de la familia. Las crió con una mano durísima y algún guiño cariñoso, tanto como permitía su soledad. Esa vida de día la llevó luego a San Juan, donde con una mezcla explosiva de tenacidad, sacrificio, esfuerzo, creatividad, viudez y buena memoria; se puso a hacer helados. Los de la otra vida, la vida de noche.
Por las noches Anita vivía otra vida, caminaba por su pueblito natal, justo a la mitad de esa bota que es Italia. Un rinconcito pedregoso que apenas si cambió un poquito en diez siglos. En el centro de la plaza hay una fuente, dos de los chorritos de agua no funcionan. Lo decía siempre ella, hoy lo puede ver cualquiera que pase. Por las noches se iba a Morrovalle, se sentaba junto a su madre, parlaba la sua lingua, corría, saltaba, se vestía de algún color que no fuera su perpetuo negro. Al despertarse se sacudía el polvo marchegiani, se llevaba el pelo hacia atrás y salía a volver a ganarle a la vida. Le torcía el brazo cada día y le decía quien mandaba. Le ganó a la vida por cansancio, la gastó. Un día, que nos íbamos al circo con mis padres, luego de mil batallas, después de haberlo hecho todo y de haberlo vuelto a hacer; ese día nos dio unas golosinas para endulzarnos la función, nos besó en la frente y se fue a su cuarto a apagarse. Le volvió a ganar a la vida. Vive en cada uno de nosotros y nos acompaña, como buena cicerone, cuando alguna noche nos damos una vueltita por Morrovalle.

MALA COMPAÑERA

Hola aquí estoy de nuevo, soy tu eterna compañera. Nací el día que tus padres empezaron a compararte con otros niños, me hice más fuerte cuando te importó perder a aquella chica en brazos de otro.
Todos los días de tu vida estaré contigo, en todo lo que hagas. Cuando tu cara empiece a armar una sonrisa, te daré un cachetazo. Te llenaré de recuerdos, no te dejaré dormir por las noches. Seré todo para ti, estaré encima de tus deseos, todo se cubrirá con mi color, jamás algo podrá gustarte del todo, yo haré que le falte un poco a todo lo que tengas.
Te apretaré las sienes, no te dejaré disfrutar, me encargaré de tu felicidad, para siempre una mitad será tuya y la otra mitad será mía. Te haré indeseable, comandaré cada acto, ya nadie querrá estar contigo. Porque eres mío, porque serás solo para mi. Porque no te soltaré, te llevaré por dondequiera, no volverás a decidir nunca jamás.
Eres mío. Lo serás por siempre. Ya es un hecho, no te resistas. Ahora duerme, despídete hasta mañana, dime adiós. Llámame por mi nombre, dime, adiós Envidia, hasta mañana.

UNO, CADA UNO Y CADA CUAL

Basta cerrar los ojos, concentrarse en sus deseos y decidir ser quien uno se proponga.
Uno puede ser bombero y apagar todos los fuegos, liberar a la gente de su trampa de hierros y cemento. Ser cada día un héroe anónimo, un ángel guardián, entregándose entero sin condiciones ni intereses.
Uno puede ser científico, buscar la solución a las enfermedades, desarrollar vacunas que se suelten en el aire y no haga falta una sola moneda nunca más para administrar medicamentos.
Uno puede ser aviador y cruzar todos los cielos del mundo con una nave en las manos. Llevando, entre un montón de asientos, sueños, ilusiones, adioses, proyectos, penas, alegrías, amistad, soledad, amor. Yendo cientos de historias a la ida y trayendo otras cientos a la vuelta.
Uno puede ser escritor y gozar con locura en el momento sublime en que la roja sangre se vuelve azul en el trazo de la pluma. Cuando se vuelca el alma en el papel y se entregan hojas y hojas de sueños. Historias fantásticas para los pequeños, escritas en papel rosado para las adolescentes encantadas. Puede llevar relatos tórridos y complejas vidas, para lectores aburridos.
Uno puede ser maestro y llenarse el corazón de alegría en el momento de enseñar las primeras palabras a un montón de pares de ojos brillantes, agradecidos. Acompañando los pasos hacia el saber de quienes serán nuestro futuro, nuestra mayor esperanza.
Uno puede ser lo que quiera, puede ser gigante o enanito. Gordo o flaco, negro o blanco; o rojo o azul. Lo que quiera.
Pero jamás, nunca, en toda su vida podrá ser nada de nada, nada dividido en mil millones, nada menos nada; si antes no ha decidido: ser uno mismo.

PALTAS

Estoy sentado a la sombra fresca de un par de árboles frondosos. El papel en mis manos se ha vuelto verde clarito por el reflejo de tantas hojas, de tantos frutos. Son árboles de palta (aguacate), siempre deben estar en pareja. Esta especie es tan parecida a nosotros, solo dan frutos si hay dos juntos. Y lo curioso, lo que los hace más parecidos a nosotros, es que no siempre es fructífera la unión, solo lo hacen si hay compatibilidad. Algunas parejas de paltos pasan una vida de compañía sin el menor atisbo de una sola palta. Otras se doblan enteras cada temporada regalando el oro verde de sus ramas.
Es un árbol que sintetiza la relación de dos. Es fascinante, motivador al menos.
Me lleva a pensar en el origen de estos que me acogen hoy a sus pies. Veo las manos de ella eligiendo de una canasta las paltas más turgentes, las que prometían una carne más mantecosa. Las corta en la cocina con un cariño incomparable, va retirando la pulpa del interior, reservando la redonda semilla. Un tesoro marrón que inverna en el interior de ese huevo verde. Prepara ensaladas con una parte, pisa la otra con delicadeza para dejarla en un puré muy suave de color verde pálido que invita a meter un dedo, o dos.
Con las semillas inicia un ritual de semanas en agua, de un cazo al otro, cambiando el líquido, cuidándolas y hasta hablándoles de vez en cuando. Cuando dan su espigada plantita, ella las lleva al jardín, a ese rincón que tiene reservado. Con delicadeza y emoción les da la bienvenida a su jungla en miniatura. Serán compañía por un largo tiempo, serán la vista desde su ventana en tardes grises de invierno. Serán alimento para todos los que tengan la enorme fortuna de cobijarse bajo su techo.
Es una hermosa historia de amor, una historia más en la vida de esta mujer que va esparciendo su amor por el mundo. Va dejando sus frutos a cada paso. Justamente uno de sus frutos está entre la sombra y el papel recordando de donde vinieron estos paltos al jardín.
Gracias mamá.

EL VECINO DE ORION

Febrero regalaba un naranja suave que venía del azul más diáfano que se pueda imaginar. El naranja se fundía en redondeles como los que hace el pincel de acuarela en el vaso de agua y suave, acompasado, se convertía en violeta.
De repente estaba envuelto en uno de esos momentos en que la magia parece venir a apoderarse de todo y de todos. El momento justo en que el sol da su guiño, cuando la noche aprovecha y se le abalanza como una pantera para cegarlo definitivamente. Son dos segundos, un abrir y cerrar de ojos y la señora noche cubre con su capa todo el sol con un golpe de cadera de cabaret. Es el atardecer un momento increíble. Un instante que nos llena de emoción, que nos enseña que no sabemos nada de colores. Y al otro día vuelve a mostrarnos que no aprendimos nada, que jamás sabremos nada de colores. Si algún día nos parece que ya no hay qué nos sorprenda, siempre tendremos un atardecer más.
Ribetes pálidos en un horizonte que perdió la pulseada, la noche promete llegar de un momento a otro. Estoy ansioso esperando ese instante. He pasado todo este rato extasiado con los caprichos del color, para llegar a mi encuentro.
Comienza todo cuando las primeras estrellas parpadean aún como desperezándose. Cuando los diamantes tirados al azar sobre el terciopelo negro van ocupando su lugar. De pronto veo a mi izquierda que se ha terminado de armar el cinturón de Orión. Esa es la que esperaba, la estrella de abajo, la del pie, es mi preferida. Allí vive un amigo mío, un queridísimo amigo. Un ser especial, revoltoso, dueño de una vitalidad envidiable. De esos tipos que rara vez te cruzas en la vida y parece que quieren vivir diez vidas en una sola. Se que vive allí, en la estrella más baja de Orión, porque cada vez que pasé por un momento difícil lo tuve para pedirle que me echara una mano. Para que me ayudara a aclararme, para que conversara conmigo un rato. Este tipazo vivió sus diez vidas en una sola y muy joven se fue a vivir a aquella estrella. Fue mi primera gran pérdida, fue el momento en que descubrí que todo puede pasar. Que los vientos pueden girar y se vuela todo al revés. Que cuando las cosas se vuelan no se puede salir corriendo detrás, el viento es veloz. Y un chico en la alborada de su vida nos dice adiós, que se va a vivir a una estrella, que elijamos cual. Cuando veo que el sol se torna más rojizo, cuando percibo esa brumilla que se le cuela por los costados, dejo lo que esté haciendo, no importa que sea, jamás será más importante; y me siento un momento a esperar a mi primo. Lo saludo, le guiño un ojo y sigo con lo mío. Cuando veas un sol rojizo, siéntate un instante, siempre tendrás una estrella para poner un amigo. No se, pero me da la sensación de que puede estar más contento allí. O seré yo, no lo se.

NOELINA

Estamos todos tan contentos alrededor de la mesa. Esta noche ninguno se enojará, las diferencias se dejarán de lado para dar paso a la unión, la comprensión. Se puede sentir el espíritu que compratimos todos. A mi madre se la ve orgullosa, ha logrado tener una familia unida a fuerza de ejemplo y trabajo diario. Mi padre se enreda en todas las charlas de la mesa, podría responder cien preguntas al mismo tiempo.
Es la navidad de 1997, son como las diez de la noche, las copas están listas.
¿Recuerdas dónde estabas tú esa noche?
Te contaré donde estaba una amiga, una buena amiga.
Esa misma noche de navidad, la del 97, mi amiga acababa de nacer. Seguro fue por la tarde, serían las siete. Con poco más de tres horas de aire en sus pulmoncitos, la dejaron en la puerta del horfanato de su siempre cálida Calcuta natal. Por llegar la noche de navidad, le pusieron Noelina. Así se llama esta ardillita de un escaso metro de estatura.
Nació en la India, lleva el color de su origen en la piel. Ella dice que es marrón y despierta risas. Dice que le encanta la música y despierta ternura. Dice que quiere a sus padres con todo su corazón y despierta un montón de lágrimas en nuestros ojos.
Sus padres son unos grandísimos amigos, dos soñadores que se cruzaron el mundo para dar un poco más de vida. Que fueron contra viento y marea a buscar a su hija. A traerla al hogar, a darle una nueva oportunidad. Fueron a apostar por la vida, a regalar, como siempre hacen, todo su amor.
Cada Navidad, brindo con dos copas y te invito a ti a hacerlo. Una para brindar con mi familia, la otra para desearle feliz cumpleaños a esta ardillita que descubrió la vida, después de la vida.

EL MILAGRO DE LA SIRENITA

Y un día, se produjo el milagro.
Es que los milagros se dan así, como un suspiro, una brisita que llega por una ventana del cielo que se dejó abierta un ángel distraído en pleno vuelo.
Nosotros estábamos de la mano, nos las apretábamos con una mezcla fantástica de ternura y fuerza. Era el instante en que nos convertiríamos en dueños del mundo, el momento en que no nos importaría nada más, pasase lo que pasase solo pensaríamos en nosotros. Es curioso, pero a nosotros nos cuesta pensar solo en nosotros, no lo había pensado.
Decía que el milagro estaba gestándose, de un momento a otro nos llenaría de luz. Una cara con ojos tan emocionados como asustados, me miraba diciéndome sin decir: Solo espero que todo vaya bien, que salga todo como esperamos, nada más. Claro –contestaba yo, sin hablar- saldrá todo bien, es todo lo que deseo. Y quiero que vos estés tranquila. ¿Quién puede estar tranquilo cuando sabe que en unos minutos verá un sirena? En fin, era mi modo de convencerme de que debía relajarme un poco. No me lo creía, seguía ansioso.
De pronto se abrieron las aguas como en el Mar Rojo de Moisés, se escuchaba el ruido del mar de la vida, el rumor de olitas chiquitas que se escondían tras la tela verde. Silencio… Un breve chapoteo… Y más silencio…
Del mar no se escuchaba casi nada, apenas un murmullo húmedo, hasta que de pronto emergió la sirenita. Única habitante del mar de la vida, dueña de todas nuestras lágrimas. Cuando vi su manita abriéndose paso en el aire del mundo de los hombres, casi me derrumbo, dio una brazada buscando equilibrio para sacar el cuerpito y nos conmovió como si hubiera dado un pase mágico. Estos breves instantes me acompañarán siempre, serán mi motor cuando no tenga más energía, serán mi luz cuando toda luz se haya apagado. Será el recuerdo del momento más feliz de mi vida.
Primero las piernitas, luego aquella manita, el otro brazo, la cabeza. Nuestra niña ya estaba afuera. Ya estaba con nosotros, a ver si podemos hacértela pasar bien. Nos dedicaremos a eso, viviremos por eso. Este mundo puede tener sus detalles, pero encontrando la vuelta, no está tan mal, puede ser maravilloso. Al fin y al cabo es lo que tenemos. Te estábamos esperando sirenita. Bienvenida, Ona. Que seas muy feliz.

RECUERDOS DE LA LUNA

Alrededor de 1978 viajé a la luna.
Fue un viaje interesante, lo desvelo hoy como un secreto largamente guardado, sin dudas la gente recuerda a los Amstrong, Aldrin y Collins que lo hicieron en el 69. Yo lo hice nueve años después. Ellos salieron de Florida y yo de Argentina.
Pero quisiera ir por partes y contarte cómo surgió el proyecto.
Una siesta tremenda, de esas en que parece que la fruta madura de un solo golpe a 40 grados a la sombra, estaba yo en el fondo de la casa de mis abuelos. Sentado en el medio del patio, anotando en una libretita las vueltas que contaba al atleta que giraba en círculos a toda marcha. Se trataba de mi tío Juan, un tipo fantástico, dueño de un sentido del humor inmenso, capaz de hacer reír a un samurai con dolor de muelas. Éste corría enfundado en un traje de plástico azul petróleo que me tenía fascinado; y al ver mi cara de asombro, había coronado magistralmente el uniforme con un casco de moto blanco con un cristal de burbuja. El atuendo poco convencional se debía a no se qué ansias por bajar de peso a fuerza de perder litros de sudor. Él corría y se reía, pero yo estaba muy serio entregado a mi misión de notario.
En un momento le pregunté: Juan, ese traje es de astronauta o me parece a mi? Efectivamente, me dijo, me lo mandaron de Estados Unidos.
Creo que abrí la boca más grande que el león de la metro, no podía creer que la suerte fuera tan oportuna, un tío astronauta, mi sueño al alcance de la mano. Le pregunté si tenía previsto viajar al espacio y me dijo que sí, que muy pronto partiría a la Luna. Y cerró su frase con la pregunta. El mundo entero dejó de sonar, no era capaz de escuchar nada más, solo resonaban en mi cabeza sus últimas palabras: Querés venir?
No hace falta que te diga que me puse a correr detrás de él. La libretita quedó en el suelo, posiblemente tendríamos que pensar en reclutar a otro notario, pero ahora no había tiempo para eso. Ahora había que correr para prepararse.
Exhaustos nos tiramos a la sombra, para reponer el aliento. Era mi momento, debía empezar a saborear mi nueva profesión, entonces le dije: Juan, y a mí cuando me mandan el traje? En una semana, quizás dos. Listo, no dormiría por dos semanas, me veía con el traje yendo al colegio, para habituarme claro. No importaba que me vieran las compañeras y cayeran a los pies del astronauta. Ni que me regalaran cosas en los recreos los muchachos. Seguro serían muchos los que pedirían una piedrita de la luna, pero los tendría que convencer para que desistan. Esto era serio, no se puede pensar en piedritas, pero a esas cosas las sabíamos los astronautas, ellos eran niños.
El estado de excitación fue en incremento, más aún cuando mi tío Juan me recordaba detalles y elementos que debíamos llevar. Sí sí, claro no te preocupes, yo me acordaré de todo.
Una noche de diciembre de 1979, partimos de San Juan, Argentina. Serían las 10 u 11 de la noche, 2200 o 2300 como decimos los astronautas cuando empezó la cuenta regresiva. Cinco, cuatro, tres ,dos, uno… Todo sucedió muy de prisa, volar y perder la gravedad, de pronto flotábamos dentro de la nave riéndonos nerviosos. Llegamos a la Luna muy pronto. Bajamos, pisamos el suelo polvoriento y a lo lejos se veía la Tierra, allí estarán mis padres pensé. Aproveché ese momento para ir a hacer pis, tiré la cadena, volví a la cama y me hizo falta un poco de concentración para volver a la luna. Una experiencia inolvidable, tiene razón Armstrong cuando lo dice.
Después no volvimos a ir. Será que nos hemos olvidado. Si lo conocés a mi tío Juan, decile que te lleve. Y ni se te ocurra decirle que sabés que no es verdad, a él le gusta que sea así. Todas las noches me acuerdo de él, cuando miro la luna pensando que deberá estar llena de tíos Juanes llevando sobrinos a soñar.
Gracias Juan, te debo un pasaje.

EL HUERTO DE LAS SONRISAS

Tengo un amigo que es dueño de todo el mundo.
Camina entre las berenjenas con la cautela de un equilibrista, pone cuidadoso un pie delante del otro. Se le meten terrones de tierra fértil por la boca de la zapatilla y pareciera que lo disfrutara más. De un salto de los suyos, de esos saltos de atleta octogenario, se enfila entre los pimientos; rojos, verdes, rojos, verdes. Gira a la derecha y se sumerge en un océano de cebollas, el mar verde azulado le acaricia las rodillas, él camina mirando hacia el cielo, pero es incapaz de pisar una sola planta. Más adelante están los ajos que se agitan a su paso como si quisieran hacerle cosquillas para darle la bienvenida.
Así son las mañanas de mi amigo Joan, el bisabuelo de mi hija. Un catalán de piel dorada que reparte sonrisas con la misma generosidad que tira semillas en los surcos o riega las plantitas lleno de esperanza. En su huerto tiene los mejores melocotones del mundo, los mismísimos que merecieran el halago de Johan Cruyf, la medalla que ostenta el Joan desde hace años. También tiene manzanas que le pesan a las ramas de unos árboles que casi tienen su misma edad. Unas peras por allí, uvas, lechugas, alcachofas. Tiene unas perras que lo adoran, un ejército de gatos que a su llamado vienen en tropel como el séptimo de gatería. Le gustan tanto sus amigos que hasta tiene un pez grandote y gris al que le da pan en la boca.
Lo tiene todo allí, en su hectárea. En su mundo. Dueño de todo el mundo, poseedor de una sonrisa que te puede cortar, en un solo segundo, años de angustia.
Hoy vino a traerle sus cerezas a su nieta, dejó la bolsita, se rió un poco y se fue como solo él sabe irse, caminando con la certeza de que va por el camino correcto. Estaba apurado, tenía que volver al mundo, adonde reina la flor, vuelan los ladridos y él se gira y se ríe con un melocotón, de los de Cruyf, rezumando sus lágrimas rosadas que se le cuelan al Joan entre los dedos. Lágrimas de risa, claro.

SIGUE LLOVIENDO

Clin clin, clin clin…
Serán las tres de la tarde, estoy sentado en la galería de mi casa, tengo seis años y la lluvia canta sobre el techo de chapa. Clin clin, clin clin…
El olor de la tierra mojada se me ocurre hoy entrañable, quisiera sentirlo ahora mismo y que se quedara de fondo para siempre. Clin clin, clin clin… He visto tantas lluvias, veré tantas también. Me fascina la lluvia, con un pequeño esfuerzo podría acordarme de cada una, de cada lluvia que vi en mi vida. He visto llover en los sitios más distantes. Vi tormentas en el Amazonas, tímidas lluviecitas que a duras penas parecían un estornudo sobre el desierto. Estuve horas gozando bajo la lluvia con el mar andaluz a la cintura. He caminado kilómetros bajo una cortina plateada que caía incesante. He reído como loco cuando parecía que el cielo entero se derramaba sobre San Marcos Sierras.
A veces veo una nube perdida deambulando por aquí y quisiera poder pedirle que se vaya a San Juan, a la casa de la esquina y que si ve un niño sentado en la galería le cante: Clin clin, clin clin…
De ella también depende que algún día sea un hombre lleno de felices recuerdos.

CORAJE MUCHACHA

Cuando la vi me llamó la atención por su pañuelo al cuello. Se advertía un toque de elegancia que no daba el brazo a torcer a la realidad. El pelo, plateado, natural, experiencia cabello a cabello. Venía con su pasito vacilante hacia la caja, sacó un paquete de fideos, un par de calditos, una lata de tomates y una larga y escuálida barra de pan. Doce con cincuenta, sacó la cantidad exacta de su monedero y se fue caminando a la velocidad que le permite ese dolor de rodilla que parece no tener solución.
Me quedé pensando en la señora del pañuelo al cuello, en su porte digno y amable. Pensé en los fideos que haría ese día, en la ración justa de su compra. Traté de seguirla con mi carro quincenal, hasta fantaseé con la posibilidad de acercarme a darle algo para aportar a su magra bolsita.
Aquí deberían estar los economistas y síndicos que elaboran planes e informes de miles de páginas, tratando de reflejar los índices económicos. En las cajas de supermercado se ve la realidad.
Cada invierno aceptan el incremento de la pobreza, imposible de evitar en los poblados cajeros de los bancos. Convertidos en verdaeras residencias nocturnas de quienes no tienen más techo que un cartón. No señores, se puede ver a plena luz del día, en estas microscópicas operaciones comerciales.
Hoy volví a ver a la dama del pañuelo al cuello en el super, y cuando los opacos ojos de la cajera le dijeron siete con cincuenta, me di cuenta que vamos mal. Mal.

FAROLITOS

Vaya al hotel antes de que se haga de noche, me dijo.
Eran mis primeros minutos en Villazón, una ciudad olvidada, más llena de barro que de gente. Un enclave entre Argentina y Bolivia, está en territorio boliviano, pero nadie en ese país se acuerda de Villazón, menos de su gente. El puente de cien metros que la separa de La Quiaca la deja muy lejos de Argentina, la necesidad de su gente, la deja lejos de Bolivia.
El camino al hotel, por callecitas enlodadas, coronadas por monumentales torres de alumbrado público, solo se vio alterado por el ladrido de algún perro. Todo es calma en esta ciudad de gente sumisa, amable y tranquila. Hasta el reloj parecía más lento a medida que me adentraba en dirección a la plaza central.
Un par de horas más tarde la noche ya se había apropiado de todo. ¿Por qué no encienden las luces de la calle? -pregunté. Porque están ahí, pero no funcionan, me contestó con total naturalidad el conserje. Empezaba el recorrido por la ciudad de la oscuridad.
En los primeros metros me sorprendí por un telaraña de silbidos que ensordecía, una congestión sonora impresionante, sin ritmo ni sentido. Un poco más habituado, como quien adapta sus ojos tras encandilarse, empecé a diferenciar los silbidos. No se podía ver a un metro en la oscuridad opaca de Villazón. La gente se saludaba con silbidos, unos desde esta esquina, los otros desde vaya uno a saber dónde. Hasta parecían establecer pequeñas conversaciones con la intención de un silbido distinto a otro. Alguien silbaba con potencia desde un banco de la plaza y si escuchaba la respuesta, partía al encuentro de su amigo.
No podía creer lo que escuchaba, el poder de la comunicación en boca de personas que se fueron adaptando gracias a su total carencia. Menos aún, podía creer lo que había visto esa misma tarde, las torres de alumbrado colocadas por algún gobierno como si se tratara de esculturas o adornos de una promesa urbana.
Villazón y su gente, son muy pobres, expuestos al abuso de quienes prometiendo luz, van sucediéndose en la administración. Son tan pobres que no se veía una sola linterna, ni una luz que invitara a sosegar ese paseo a tientas por las calles embarradas. Tan pobres que se me ocurrió comentarlo con un joven de allí, entre silbido y silbido. Me dijo que las noches eran muy lindas en su pueblo, que se conocían todos por el metal de su silbido y que las noches de luna llena eran una verdadera fiesta. Entonces cambié de opinión, me di cuenta que la pobreza existía en los que nos dábamos cuenta que faltaba luz, pero ellos están llenos de riqueza a fuerza de pulmón. Y que sus ganas de encontrarse les enciende un farolito a cada uno, en el corazón.

DESTIERRO

Cuánto hace que dejaste tu país?
Sin tiempo para pensar una respuesta, el pintor contesta: 32 años. Se le ve en los ojos que siempre tiene la respuesta lista, que cada día repasa la suma y sería incapaz de equivocarse en una sola hora el tiempo que lleva lejos de su tierra.
Ni tres largas décadas han sido capaces de hacerle olvidar el olor de Montevideo, los colores de los barcos que se mecían en el puerto aquel miércoles ventoso de abril, cuando él zarpaba a tierras lejanas. No importaba a dónde, pues bastó salir a mar abierto para estar lejos. Para ausentarse, para estrenar la vida de una nueva persona. La de aquel hombre gris que piensa en volver, cada día, desde hace 32 años.
Con el tiempo se fue acostumbrando al sabor de la cerveza, al café más cargado, a saludar con un golpe de cabeza en vez de cruzar miradas, sonrisas y palabras. Se acostumbró a ver el fútbol sin apenas un poquito de pasión, a vivir en una casa pequeña y a tener una vida común.
El pintor fue tomando los colores de la ciudad que lo acogió, fue dando a los estridentes tonos latinos de su infancia, una vuelco hacia los grises y ocres importados made in europe.
Parece de aquí, pero seguirá siendo siempre de allí.
Cada día ,desde hace 32 años, quisiera estar un rato en su país, sin otro motivo que pararse frente a la tumba de su padre para hacerle una sola pregunta. Cada día, desde hace 32 años, sueña que se para en ese lugar sagrado y dice: Papá, estás orgulloso de mi?
Carlos, amigo, pintor, yo se que a cada minuto, en cada instante, desde donde sea, tu padre está orgulloso de ese muchacho que cuenta las horas de ausencia de su Montevideo natal. Solo cerrá los ojos y escuchalo. Sumar tiempo no es sumar amor. O sí.

ESPANTAPÁJAROS

Mi abuelo era un espantapájaros.
Asustaba a cualquiera. Él dejaba que se acercaran un poco, con su aspecto afable edificado bajo el sombrero. Era difícil encontrarle el lado flaco, se encargaba de contarle las costillas a quien se pusiera enfrente con una maestría que sorprendería a Sherlock Holmes. Sabía de donde venía la gente, qué hacía en el medio y hacia dónde iría luego. Lo percibía en el aire.
Si de repente sentía el aroma de la insensatez, tiraba una mirada como latigazo que hacía que quien estuviera enfrente se despidiera reconociendo vaya a saber qué error. Se espantaba y salía volando.
Mi abuelo, ese hombre de pocas palabras, seguro eran pocas porque se encargaba de cumplirlas y ser consecuente con cada una de ellas, era un espantapájaros. Con una imagen imponente, bastaba acercarse sin miedo y conocerle para saber que era de trapo, sencillo, blando. Con un corazón que de grande se le podía salir de la camisa en cualquier instante. Con perseverancia protegía un solo huerto, el de la familia.
A la sombra de aquel hombretón de sombrero perenne, nacieron plantas. Sus plantas, unas dulces, otras no, unas picantes, otras plantas, nada más. Las plantas del gran espantapájaros crecieron hasta dar sus frutos. Del mismo modo fueron naciendo, unos dulces otros no.
Aquí está uno de ellos. A veces cierro los ojos ante un peligro y se que él se encarga de espantar a quien aceche, los abro y veo alejarse la sombra larga con sombrero. Mi abuelo es un gran espantapájaros.

SOLEDAD

Ella camina de la cocina al comedor, se la ve tan vacilante que hace pensar que no conoce el camino. En sus manos la pila de platos canta en un tintinear sinfónico. La melodía rebota en cada rincón de la casa, sube vaporizado y vuelve al tocar en el ángulo donde la pared se vuelve techo.
En su paseo tambaleante se cruza con Carlos, se saludan, hablan de todo y nada al mismo tiempo, se vuelven a saludar, se dejan. Sigue su rumbo hacia el comedor que parece alejarse, la casa ha tomado una dimensión terrible. Casi ni se ve la puerta del dormitorio, la cocina quedó lejos y ese comedor que aún se niega a aparecer. Unos pasos más adelante se encuentra con su madre. Cuánto tiempo hacía que no se veían, se miran, se reconocen tocándose las manos, apenas si se dibuja una sonrisa en sus rostros detrás de el velo de lágrimas. Sigue caminando con la compañía inconfundible del perfume materno, ya debe estar cerca el comedor, piensa.
Los platos revelan cada paso, se tocan y vibran, se calman, vuelven a cantar. Se encuentra con su hijo, aquel que vive lejos, miradas, besos, lo abrazaría tan fuerte si no tuviera esa pila de platos en las manos, pero lo besa, lo besa muy fuerte y le habla bajito al oído. Sigue su camino.
Al fin ha acabado su tortuoso periplo, está en el comedor.
Se agacha, guarda uno a uno los platos en el mueble oscuro, como cada semana. Los deja dentro despidiéndose de ellos hasta dentro de siete días. Cuando vuelva a emprender su viaje desde la cocina, encontrándose con los fantasmas de la soledad de la casa que tantas veces la vio soñar ilusionada.
La soledad, piensa, lo agranda todo. Y amar es estar solo.

ANILLOS

Sí, acepto.
Era la segunda vez que se escuchaba esta frase en el último minuto. Aún retumbaba lejana la voz y los dos trataban de oír más todavía para estar seguros que aquellas palabras habían rozado sus labios un momento atrás, que era por sus gargantas que habían rodado.
Se tomaban las manos, y en ese gesto se advertía que había una terrible coincidencia. Los dos pensaban en sus propios caminos, aunque no estaban seguros del destino de los pasos del otro. Se estaban quedando juntos porque era lo que les tocaba, lo que debían hacer.
Miraban su flamante fracaso desde los ojos ilusionados de los demás. Acababan de cerrar un trato, de iniciar un pacto de silencio. Sus ojos ni se encendían con el brillo de la pasión, ni si buscaban ilusionados.
No había diferencia con la desilusión de quien compra un pan de la mañana a las nueve de la noche. Sabe que no es lo mejor que puede hacer, solo se conforma con tenerlo, sabe que no lo disfrutará como a aquel otro, pero es lo que hay.
Se besan, salen y atraviesan riendo una espesa nube de arroz.
Tú los conoces, ponles por mi los nombres. Estos, como tantos otros, no comieron perdices.

DIGNIDAD

Viajé a mi país y me sentí incómodamente crítico de todo cuanto veía.
Es difícil no mirarlo con ojo crítico. Uno tiene los recuerdos
guardados con tal cariño, que al ver la transfiguración de la ciudad,
de la gente, de los lugares tantísimas veces frecuentados, no puede
mirar sin pensar en el fallo, en lo cuestionable de cada detalle, en
la degradación. Si hasta los árboles parecen menos verdes.
Admiro y protejo con un manto de cariño a todos los que, a diferencia
de lo que yo hice, se quedaron soportando una terrible crisis
económica, social, psicológica, mediática, política. Ni se me
ocurriría cuestionar a estos que, por elección u opción, aguantaron,
soñaron, crecieron y jamás perdieron la esperanza.
He vivido casi toda mi vida en Argentina, es un lugar maravilloso,
aunque siento que el mundo entero es mi lugar, volvería siempre a
Argentina. Conozco a su gente y sus costumbres, he recorrido todo el
país. Estuve en cada provincia ,para quienes no sean argentinos o no
hayan ido les comento, hay 22 provincias en un país inmenso de
2.800.000 km2, un tercio de Europa entera. Ir de punta a punta es lo
mismo que viajar de Noruega a Sicilia.
Decía que conozco Argentina y a los argentinos, se cuánto les ha
importado siempre como se ve su país desde afuera. Siempre se han
mirado con los ojos de otros antes que con los propios. Es una larga
tradición y sería muy extenso explicarlo. Digamos, por resumir, que
tienen una rara sensación de emigrantes. Sienten que esta tierra
fantástica donde viven, no pertenece a la parte del mundo adonde está.
Son demasiado europeos para estar en América Latina, son demasiado
latinoamericanos para olvidarse del resto y pensar en ellos. Es así
que la opinión de un viajero está sobrevaluada, toma una dimensión
inimaginable.
Estuve hace poco tiempo allí, en mi país. No podía pasear sin fijarme
en los niños de la calle, los mismos que antes eran parte del paisaje
urbano. No podía ir al supermercado, sin detenerme a ver los carritos
vacíos. No podía ver a mis amigos romperse el alma trabajando, sin
pensar en sus magrísimos sueldos. Detrás de ese velo que lo cubre
todo, hay gente fantástica, sitios soñados y un horizonte que no hace
otra cosa más que prometer futuro. Es una cuestión de dignidad.
Es difícil evitar el telón, porque la dignidad cuando se tiene es
invisible, pero cuando no se tiene. ¡Hay que ver cómo se ve!

ALZHEIMER

No, yo quiero irme a la casa de mi mamá, dejame, dejame. Ahora como la papa y me voy, seguro que me viene a buscar el tío Vicente, yo me quiero ir con mamita.
Era mi abuela la que hablaba. Pobrecita. Hacía años que no tenía mamita, ni tío Vicente ni comía “la papa”. Ella se quería ir con su mamá. Yo recién hoy la entiendo, hasta ahora no había pensado en sus palabras. Tenía Alzheimer. La cruel epidemia de nuestro tiempo, una enfermedad maldita que mata mal. Que mata una parte, que no acaba de hacer. Que va rompiendo y engaña, hace unas maniobras para que a los pobres ilusionados nos parezca que cesó, que se acabará. De repente arremete de nuevo, borrando recuerdos con la fuerza de un torbellino. Arrasa ideas, revienta gestos, rompe definitivamente los vínculos. De pronto una mirada que se pierde, que no te reconoce, que te hiela. ¿Quién sos vos? Y a vos no se te ocurre decirle la verdad, no tenés coraje de mostrarle que se equivoca, que no reconoce a su nieto. Vos le decís que haga un esfuerzo, ella te pone cualquier nombre y teminás aceptándolo sin más. Sin opción, te convrtís en esa persona. En quien sea. No tenés derecho de decirle que no, al menos no te interesa hacerlo. Te volvés Vicente, Antonio, Oscar, cualquiera. Te da igual, solo te interesa que no se preocupe, no contrariarla. Vale el trueque a cambio de tantas leches calentitas, de tantas naranjas peladas con arte maestro. Ni se compara con esas sopas de invierno, con los guiños cariñosos, con los mimos antes de taparte por milésima vez en una misma noche. Nada vale más que sus enseñanzas, que su entero y total amor.
Me quiero ir con mamita…
Claro, estaba pidiendo que la liberaran de su laberinto de caras y nombres. Quería irse, con su pasito apresurado, a otro sitio donde no le costara tanto llevar adelante cada día.
Y se fue. Un día nos estrujó el corazón y partió. Quedamos con el pecho encogido, tristes hasta el aburrimiento. Se fue un ángel, hasta se debe haber ido volando. A veces lo pienso.
Hoy volando vino, me toco la cara como siempre y me dijo: No te preocupés, estoy con mamita. ¿Y sabés qué? Me llamó por mi nombre: Vicente, Antonio, Oscar, o el que sea.
Buenas noches abuela.

EL MAESTRO DE LAS PIEDRAS

Perdido en medio de la cordillera de los andes, perdido con ganas, olvidado por naturaleza, secreto en cientos de corazones. Silencioso y perenne, digamos que no se levanta ni se erige, sino más bien se desparrama como puede entre medio de las montañas; Divisadero, un entrañable y minúsculo pueblito.
Allí, a ese lugar tan alejado de la mano de Dios, pero tan cercano a su corazón, llegó un hombrecito lleno de sueños, rebosante de magia. Hombrecito por su edad, por lo pequeño que se veía con semejante escenografía. Hombre cabal y total, visto por sus ideales, por su entrega, por su carácter inquebrantable.
Recibido de maestro normal con tan solo 17 años, se metió en el corazón de la roca dispuesto a llevar cultura a esa gente desprotegida y curtida. Gente trabajadora, castigada por el frío y capaz de cubrir sus necesidades con una imaginación apenas más grande que sus bondad.

El comienzo fue duro, como todo comienzo, pero este además sucedió en un lugar particularmente hostil. Donde el frío entra sin permiso, el agua no llega ni con permiso y un polvo que parece talco se mete en los ojos para toda la vida.

Fueron llegando los alumnitos, trazando venas en los cerros, unos a caballo, alguno en bicicleta y todos los demás a pie. Caminaban kilómetros para llegar a su encuentro con el maestro. Unos eran alumnitos y otros alumnos nomás, tanto tiempo sin maestro había llenado de años a los postulantes, que se repartían en el aula única para aprender todos a un mismo tiempo los secretos de la palabra escrita, la magia de la historia, los caprichos de los números y poquito más. Pero para esta gete, esa primera enseñanza lo era todo, lo fue todo y sigue siéndolo. El maestro con paciencia fue tallando la piedra bruta de cada alumno con la intención de llegar al diamante de sus corazones. Sacándoles la cáscara de incultura, frotando con cariño para alcanzar el brillo.

Cuatro décadas después, esos hombres, ancianos muchos, ese puñado de instruidos del medio de los cerros quiso devolverle como podía la dedicación, comprensión y amor al hombre de blanco que azotaba la campana de la escuelita de adobe cada mañana. Así le dedicaron una plaza, la única plaza de Divisadero y posiblemente la única en kilómetros. Un milagro entre las piedras.
Deben haber sido las siete de la tarde, el sol engaña al reloj en esos páramos cordilleranos, cuando la Plaza Maestro José Gregorio Vargas comenzó a llamarse así. Los alumnos abrazaban con emoción al maestro. Y por las lágrimas de éste, podía advertirse que el polvo que parece talco, se le había metido en los ojos para toda la vida.

NIÑO

Esfuérzate cuanto puedas.
Haz que todos los sueños se hagan realidad.
Mírame a los ojos y dime que no es posible, que no te sale, que
abandonas, que claudicas…
Soy el niño que fuiste, soy el chico que desde un rincón del corazón te dice:
¿Estas cansado?
¡Pues yo no, así que iremos a más!

¿Quién se atreve a decepcionarlo?
¿Quién es capaz de decirle que no tiene tiempo de escucharlo?
¿Quién puede darle la espalda?

Te deseo que escuches esa vocecita cada vez que flaqueen tus fuerzas, cada vez que se te nuble el horizonte, cuando se te vuelva borroso el mapa.
Ahi está siempre ese niño hablándote, pidiéndote más. Recordándote cómo era el plan.
A mi me dice siempre que te escriba, que lo hemos deseado siempre, que te ayude a salir adelante.
Ahora me está hablando, me dice que te diga que te quiero, que te recuerdo siempre, que eres muy importante para mi.
Tómalo en mis palabras, eres muy importante, tú y tu niño.

COPAS

Conozco un tipo que diferencia el olor a melocotón del que tiene el albaricoque, durazno y damasco. Tiene un olfato tan fino que puede describirte los treinta aromas que libera un vino. Un tipo tan mágico que encuentra musas en una copa, capaz de ver duendes dibujados en el cristal. Tan sensible es mi amigo que cuando queda una gota rodando por la copa, a él se le escapan dos de los ojos.
Este hombre que te espera, luego del deseado regreso a tu país, con una montaña de empanadas hechas a las siete de la mañana, lo merece todo. Este brutal compañero que se fue a Londres a ver al amigo que la estaba pasando mal, para regalar un nuevo abrazo. Abrazos capaces de salvar a cualquiera, los mismos que nos diera cuando un 31 de enero mi tío nos dijo adiós, o no nos lo dijo, pero tuvimos que ir nosotros a decírselo, con él claro. Este tipo les puedo asegurar que es increíblemente generoso, lo dio todo y lo volvió a construir mil veces. Yo se muy bien que cada vez, lo hizo para darlo de nuevo. Para abrazar.
Alberto, enólogo, Mono como te gusta a vos. Te fuiste y no pude aprender a diferenciar el olor del melocotón del albaricoque, el del cuero y el del roble. Me perdí la receta de las empanadas, se me olvidaron tantas cosas.
Pero mi querido amigo, me dejaste el olor de la amistad. Cada vez que te recuerdo lo siento, cada vez que lo siento, me parece verte del otro lado de la mesa, con la cara larga a través del cristal de mi copa. Salud amigo, me imagino que nos estarás esperando con un banquete allí arriba, nos vemos hermano.

CONTESTADOR

Tuuuuuu... Tuuuuuuu.... Biiip...
Este es el contestador automático de mi alma, después de la señal deja tu mensaje, lo siento pero en este momento no puede atenderte. Este contestador se activa cada vez que mi alma se hace la distraída y se olvida de aparecer por aquí. Algunas veces se pone en funcionamiento cuando veo un niño descalzo y no soy capaz de emocionarme. Otras lo hace si no escucho el llamado de un amigo que, a su modo, me pide que le de una mano. Un día se encendió cuando no tuve palabras para responder a un te quiero. Se conecta a veces, cuando veo un iraquí sufriendo horribles atentados y no me convierto en iraquí. Cuando no soy capaz de transformarme en aborigen, si veo aborígenes sin oportunidades. Cuando hay hambre y ni me da una cosquillita en las tripas. Cuando pide comprensión un enfermo y no escucho su voz. Cuando se que en Sudán la desesperación se apodera de miles de personas y no puedo sentirme sudanés. Cuando me vuelvo sordo ante el llanto de un niño.
Si lo encuentras activado, por favor déjame tu mensaje, dime que estoy ausente, que me estoy perdiendo lo más importante de la vida. Se me hace difícil controlarlo, alguna vez se echó a andar solo, cuando me sequé una lágrima sin siquiera pensar en lo que me la produjo. Tantas veces me encontré con el contestador lleno, luego de ocuparme de lo urgente antes que de lo importante.
Amigo, me importa escucharte. Si alguna vez te topas con el contestador, deja pasar un momento y, por favor, dame otra oportunidad. Gracias. Biiiip...

DULCE TULUMBA

Uno va caminando por una callecita de Estambul, les aseguro que no es tan simple como suena, caminar por esas calles es en sí una gran experiencia. Se puede pasear por Europa y con solo apurar el tranco aparecer en Asia. Basta atravesar el Bósforo y cambiar de continente.

Eso sólo puede pasar en Estambul.

Darse una vuelta, rodenado el cuerno de oro y llegar al Café de Pierre Lotti, sentarse frente a ese horizonte poblado de siluetas de mezquitas y barcos, de la siempre concurrida Constantinopla.

Eso también, sólo puede pasar en Estambul.

Frente a la vieja parada final del Orient Express, al lado de la puerta de entrada al Imperio Romano de Oriente, se puede uno sentar en la que seguro es una de las casas de té más hermosas del mundo. Los dulces tradicionales son verdaderas obras arquitectónicas, quizá más logradas que la misma mezquita azul o el Palacio de Dolmabahçe, montañas de mil hojas bañadas con cataratas de miel y granizadas con pistacho.

Encontrar estos exquisitos dulces, sólo puede pasar en Estambul.

Este viajero se llenó de curiosidad y cierta añoranza, cuando descubrió que uno de las más dulces y deseados manjares se conseguía diciéndole a la señora que atendía: Tulumba. Tal y como suena, este es el nombre del más exquisito de los pasteles turcos. Tulumba, como el querido pueblo del norte cordobés. Un sitio soñado, basta con dar dos pasos para llenarse los pulmones de aire puro y cruzarse con el primer tulumbano sonriente, de los muchos que te encontrarás a lo largo del día.
Un lugar mágico donde se escucha el río desde cada rincón del pueblo, donde su gente se jacta del pan fragante, con un bellísimo paisaje que te termina dejando los ojos verdes.

Y créanme amigos, eso, eso sólo se puede hacer en Tulumba.



Dedicado a sus embajadores.

ESPEJITO ESPEJITO

Los asesores de imagen giran a su alrededor, la sonrisa, el gesto de desaprobación, la mirada de padre comprensivo. Ahora ensayan como arquear las cejas para dar confianza, muy bien, muy logrado. Recuerda cómo debe poner las manos? Exacto, perfecto. Ya han logrado un personaje irresistible, fueron moldeándolo hasta obtener este perfecto muñeco de apología y engaño. El político está listo. Quizá falten un par de detalles de peluquería, pero la obra esta acabada.
Su hombre se ha convertido en un prototipo perfecto para convocar masas, el hipnotizador de incautos. Es un adonis para la intención de voto, el Narciso de las urnas.
Comienza su escalada hacia el poder con una fruición descomunal, arremetiendo contra lo que se cruce, haciendo rodar cabezas como naranjas en un mercado. Un poco de aquí y algo de allí, todo a los bolsillos de Narciso. Todo para lograr más complicidad ,todo para convertirse en intocable, para que sus competidores teman, para que nadie le critique, para allanar su camino. En su mente hay un solo amor, el incondicional e impulsivo amor hacia si mismo. La fascinación con ese personaje, que es él, que lo puede todo, que somete a todos. Fruto de ese amor es el saco sin fondo donde guarda el botín de sus conquistas, de sus acciones.
Espero que un día a este Narciso le suceda lo mismo que a aquel otro, el de los griegos, espero que al mirarse en un espejo enloquezca par siempre. Se embelece con la imagen que le devuelve el cristal y se meta allí y que se vaya para siempre. Y sepa que lo único bueno que ha hecho, lo único realmente importante, ha sido irse y dejar lugar a quienes viven por la belleza de los niños, de los pobres, de la gente. Dejar lugar a quienes creen que la vida no termina aquí. Que el compromiso es con sus conciencias.

REYES

Recién habían pasado las fiestas, amanecía enero, el cuatro empezaba el ritual. Ya conversábamos con los amigos sobre los preparativos. Cuánto pasto? Agua? No les gustará más el jugo? Naranja o mandarina? Los camellos, no preferirán un pedazo de zanahoria? Dónde dejaríamos los zapatos? El tiempo era poco y los nervios muchos, se acumulaban los interrogantes. Llegaba el día cinco, la tensión aumentaba, había que preparar todo. Pasto, los platitos, el agua, robarle la lata del agua al perro, buscar el sitio más apropiado calculando por dónde entrarían; además, claro, había que jugar y eso no nos dejaba mucho tiempo.
Todo se detenía, desde las ocho de la tarde, que dejábamos todo preparado, hasta la mañana siguiente había una eternidad. El tiempo se podía medir más con un calendario que con un reloj. A las doce nos levantábamos y, con cierto temor, mirábamos por la ventana. Una vez nos pareció ver la cola de un camello, quizá la vimos, por lo menos estábamos muy convencidos. Nos costaba, pero nos dormíamos, era una noche muy larga.
Cuando nos levantábamos a la mañana no podíamos parar de correr, cada seis de enero el pasillo que llevaba al patio era larguísimo. Allí nos esperaban los regalos, al fin la ilusión tenía forma. Podía ser cualquier cosa, todo nos gustaba, siempre. Ni nos fijábamos en la lata del agua o el platito con pasto que los reyes habían desordenado con cuidado. Todo era regalo, lo que fuera, incluso un año de vacas flacas los reyes me trajeron un asiento de bicicleta y un manubrio, perfectamente colocados en la bici verde que mi hermano mayor había dejado de usar hacía tiempo. Inmediatamente interpreté que la bici se había convertido en herencia. Como en los sueños, no hacía falta explicar nada, ya sabía que era así. Me llené de emoción, ya tenía bicicleta, la verdecita con mil batallas encima, pero ahora era mía. Nada más tocarla imaginé a cuántos lugares iría, a cuáles primero. Empecé a calcular en cuántas pedaladas llegaría a mostrársela a los amigos.
Cada año se repetía la intriga, el ritual y la mañana más maravillosa que pudiéramos imaginar.
Han pasado muchos años, cada seis de enero los reyes dejaron su regalo, perfumes, relojes, viajes, pero jamás volveré a recibir un mejor regalo en mi vida. Jamás veré una bici sin pensar en los sueños del niño que la monta. Jamás dejaré de preparar el pastito y el agua cada cinco de enero.
Si pudiera vovler el tiempo atrás, me gustaría ser otro para ver la cara del niño de cinco años que fui ese día. Contemplarlo, disfrutarlo, escucharlo reír.

Queridos reyes magos:
Gracias por el asiento, el manubrio y por haber hecho posible el hombre ilusionado y feliz que soy. Eternamente, muchas gracias, a los dos.

OCÉANO

Azul, infinitamente azul. Profundo e inexcrutable.
Cuántos tesoros descansan en su interior. Cuánto misterio hay en su forma de mostrarse. Desde los más remotos tiempos, buscadores y aventureros se han internado en el mar a la conquista de sueños. Es seductor, encantador, enigmático para unos; traicionero y peligroso para otros. El mar es inmenso, en eso coincidimos todos.
Alguna vez lo cruzaron mis antepasados para buscar su esperanza en el gran tapiz verde que llamaba desde las pampas. Subieron a un barco sin saber mucho, bajaron sabiéndolo todo. No puedo imaginar la eternidad que duró su viaje a las tierras desconocidas, al encuentro con los desconocidos que serían ellos mismos al llegar. Cuando pisaran tierra y se convirtieran en personas nuevas, en gente a estrenar. Con historias para construir y un inmenso pasado por olvidar. Cuánto valor!
Que fortaleza la de aquella muchacha de 19 años que subió en Génova y al llegar a Buenos Aires estaba convertida en una curtida mujer, crecida a golpes de marea.
Hoy estoy del otro lado, justo del lado que tanto ansiaron ver, aunque sea una vez más en su vida. Aquí estoy y ese mismo mar es tan ancho como lo veían. Cuánta razón tenían! Es que uno ve cada gota de agua como frontera entre las dos orillas. Y son tantas, tantas.
Solo los niños tienen el poder de empequeñecer el mar, de llevar su ancho a nada dividido por 1000. Cuando ,desde su absoluta inocencia, te dicen: Te quiero.
Te dejan parado en la otra orilla, despues de recorrer decenas de miles de kilómetros de agua en una sola gota. La que hacen rodar por tu mejilla.
No eres tan ancho mar, no te creas.

ONA

Mi hija será hermosa
será bailarina, girando en mis sueños
será soñadora, viviendo mis historias
será historiadora, de los pasos que dimos.
Mi hija será libre, será feliz.
Tendrá la sencillez de su madre,
llevará mis locas ideas por dondequiera que vaya.
Mostrará la sonrisa de su abuela, la serenidad de mi padre.
Deslumbrará con su alegría, jugará con la luna.
Mi hija llenará las penas de espuma,
los horizontes de atardeceres.
Mi hija llegará como una ola, para quedarse para siempre.
Mi hija será nuestra, de todos.
Mi hija será libre, será suya.
De ella misma.

TEMBLORES

Te mueves de un lado para el otro. Se siente que vibras, que hay un temblor de cintura y se estremece todo. Cuantos son los que alrededor o encima de ti se desesperan, trémulos de miedo soñando con tu calma.
Parecía sentirse más seco el aire unos minutos antes. Daba la sensación que todo se había inmovilizado, que el tiempo se había detenido. Llegaba a todos esa curiosa corriente que solo reconocen quienes lo vivieron alguna vez. Justo cuando iniciaste tu danza macabra, sembrando la muerte, desparramando gente, tirándolo todo.
¿A qué misterioso ritmo respondes?
¿Hasta cuándo vas a moverte como un loco en todas direcciones?
¿Podrías detener tus frenéticas sacudidas?
¿Qué extraña epilepsia te ha atacado?

Por lo que más quieras, que seguro será Alá, no te muevas más Irán.

AUTISMO

Sentadito en su silla se lo ve tan ausente, tan solito. Música, gritos, juegos y uno, dos, tres, ya van doce coches o veinte, da igual. Da igual porque él está ahí solito. Se lo ve con la inocencia de una novia que espera a su amor en el andén. Se lo ve con la ilusión eterna de la madre que espera un soldado.
¡Si es ahora cuando nos tendrían que arder los oídos con sus porqués! Con su por qué la luna es redonda, por qué la flor es roja, por qué lloras, por qué ríes, por qué vas, por qué ves, por qué toses, por qué, por qué?
Por qué no me haces una caricia? No sabés que me siento atrapado en este témpano que soy. ¿Sabés que sueño con devolverte el beso de cada noche?
Dame otro beso mami, un día te los daré todos. Un día te los daré.
Es que ahora me dan ganas de estar aquí. Sentadito. Nada más.

BILLETES

En los billetes aparecen paladines, héroes nacionales, pensadores, hasta figuras reales con esa altivez inhumana dotada por los crotos. Sin duda aparecer en un billete es el punto cúlmine de la vida pública de un personaje.
Aunque pensaba que para estar allí, tiene que tratarse de personajes cuyas imágenes se hayan manoseado mucho a lo largo de la historia. Se me vienen a la cabeza los marrones de la infancia, solo trocables por golosinas, con la esfigie de Belgrano. Pobre tipo, tantas vueltas debió dar la historia y quienes la contaban para llegar a la conclusión de que fue un hombre que se entregó por completo a una causa. Para quienes no lo conozcan, Belgrano fue un héroe argentino que dejó todo para la formación de la nación. Entre otras cosas, muchisimo más importantes, se le atribuye la creación de la bandera. Pero murió en la pobreza absoluta, presa de una terrible enfermedad un día 20 de junio de 1820, sin que ninguno de los enajenados de poder y mezquindad se enterara.
Volviendo a los billetes, San Martín, Sarmiento, Rosas, tantos. Todos cuestionables, todos idolatrados. Es curioso, los seguimos manoseando. Y yendo más lejos aun, quien sabe qué hizo y como vivió Grant, el de los 50 dólares, con pinta de pelirrojo malintencionado. A mi me daba alegría ver su cara y vaya a saber el tremendo desgraciado que puede haber sido. Es que si llega tu cara al billete, la gente puede desearte, pensar en vos con unas ansias enormes, buscarte, guardarte abrigadito en una cartera o bajo un colchón. Otros pueden odiarte, cuando se dan cuenta que no estás más en el bolsillo, que te tiraste por la calle y ahora estarás en otras manos. No es por celos, no. Es que no debe haber causa de autoflagelación más grande y ridiculizada que perder dinero.
Ahora cuento euros, con ventanas, puentes, arcos. Se están acabando los héroes. También parece que en el futuro se acabarán los billetes, con el brazo torcido por los bits. Pero tranquilo Georges Washington, a vos nadie te quitará lo bailado.

¿A QUÉ HUELE EL AYER?

Los olores nos contaminan, nos mueven. Nos arrancan de la silla y nos llevan a velocidad de vértigo a recorrer miles de kilómetros para dejarnos en aquella playa a las 5 de la tarde de aquel día, en el año que la visitamos. O nos sientan en la mesa de la casa , frente a una tostada donde la manteca dibuja miles de rostros y formas. Los olores son la marca patente de momentos vividos. Nada más contundente para redescubrir escenas, lugares, gente, países, situaciones, cosas, casas, miedos, gritos, besos, secretos, llantos.
Hoy me crucé con una mujer que olía como mi abuela, no ella, no; su saco olía como la ropa de mi abuela. No me refiero a un perfume, colonia, ni otro camuflaje. Esa mujer llevaba el olor de la piel, el pelo, las manos de mi abuela. Olía a avellanas, café, manzana, sopa,naranjas, jabón, spray todo junto, todo mezclado.
Es curioso como nos activa el olfato, inmediatamente me di vuelta con esperanza de que la vista fuera coherente con el recuerdo. Para nada, la única solución era cerrar los ojos para tenerla un ratito aunque sea. Bastó para decirle que me divertí muchísimo a su lado, que cada vez que recuerdo cuando me tapaba en la cama con su gesto tan cotidiano, me emociono. Que valoro tanto sus retos, sus enseñanzas al paso. Tantas leches, tantas sopas. Tanto, tanto, tanto amor.
El olor me ha quedado todo el día, aun puedo sentirlo. Valió la pena, al irme del bar, haberme girado y decirle –gracias, buen día- a esta mujer. Me miró, me saludó y no creo que haya imaginado todo lo que me dio. Señora, donde esté, gracias de nuevo. Abuela, te espero cuando quieras de nuevo.
¿A qué huele el amor?

ALEGRIA

REÍR, SOLTANDO POR CADA PORO LA ALEGRÍA QUE COLMA NUESTROS CUERPOS.
SABER QUE SIEMPRE ESTAMOS CERCA DE NUESTROS AMIGOS.
PENSAR UN MINUTO Y RECORDAR LOS NOMBRES DE QUIENES AMAMOS.
VOLVER LA VISTA ATRÁS Y VER LOS PASOS QUE DIMOS PARA LLEGAR ADONDE NOS ENCONTRAMOS, RECORDAR NUESTRAS SENSACIONES EN EL PUNTO DE PARTIDA.
ES MARAVILLOSO VIVIR DEL MODO QUE HEMOS ELEGIDO


SON LOS MOMENTOS SIMPLES LOS QUE NOS HACEN MAS ELEMENTALES.
MAS NUESTROS.

EL GRAN ESPEJO BLANCO

Llegamos un seis de enero, como los reyes. Nos sentíamos reyes, que enorme privilegio. Pero allí no había agua ni pasto para camellos, quizá nunca hubo ni una foto de camellos. El mar era un espejo roto con mil pedazos esparcidos por todos lados.
La emoción de apoyar nuestros pies en la tierra más pura del planeta, nos colmó completamente. Sentimos que la antártida entera era nuestra. Sin duda, todos los que estábamos allí lo sentíamos. En la inmensidad, no se distinguía entre científicos, obreros, militares, periodistas, curiosos. Eramos todos, por lo menos, sorprendidos por ese universo blanco.
Entramos al inmenso comedor de la Base Marambio, donde una frase nos recibió con un mensaje lleno de sabiduría: Cuando llegaste apenas me conocías, cuando te vayas me llevarás contigo. Cualquiera que haya estado en la Antártida lo sabe, no pasa un solo día sin que recuerdes ese paisaje y las fantásticas sensaciones que genera.
Salimos al hielo, blanco hasta que duele, el horizonte azul y nada más. Caminamos, caminamos y seguimos caminando. Uno camina porque va hacia adelante buscando ese horizonte que promete inmensos témpanos y grietas. Camina con tres kilómetros de hielo bajo los pies. Poco a poco el paisaje va cambiando. Tan poco es loq ue se ve para afuera que la única perspectiva posible es hacia adentro. Uno ve sus pasos, los que dio y los que dará. Se ve tan profundo en uno mismo que la exploración es infinita. Es el efecto especular del desierto. Aislado de los 30 grados bajo cero, la visita a uno se da adentro del tremendo traje polar. Se viaja por las venas hacia cada confín del cuerpo, se sigue por dentro reddescrubriendo cada emoción, cada risa, cada lágrima, todo lo aprendido, lo poco enseñado. Y se sigue ccaminando, no se puede advertir distancias, se camina hacia adelante y ahacia adentro. Es un viaje más maravilloso, único.
Cuando te vas, sin duda, te llevás la antártida para siempre contigo. Y en la antártida dejás un poco de vos. No acepto lo de desierto blanco, alli habitan las consciencias de las miles de personas que salieron alguna vez a caminar.

UTOPIA

Ella está en el horizonte -dice Fernando Birri-. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para que sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar.
Es el verdadero valor de los sueños, es su función. Son combustible, materia, causa, lei motiv, o lo que se quiera. Es la sensación de la zanahoria y el burro. El burro sabe muy bien que no la tocará, sabe que la pusieron para que camine y camina porque él quiere. Yo soy un burro de mil zanahorias. Me enfilo en senderos, escarpados unos y más livianitos los otros, pero me meto en marcha porque es lo que me mantiene motivado. Se dijo que no somos el destino, sino el viaje. Y es esa la verdadera razón. Tomarse la vida como un juego de cartas, solo hay que ordenarlas. Una vez que están todas en su lugar, lo que resta es desordenar todo, ponerlo patas arriba para volver a jugar. Y el secreto está en no cansarse jamás de jugar.
Entiéndase el juego como la capacidad para mantenerse motivado y hacer las cosas con ilusión, levantarla cada día. Hacer, vivir, jugar y soñar, simepre soñar. Y buscar utopías, ir hacia ellas. Los sueños no necesitan ser realizables, ni cortos, ni tangibles. Los sueños tienen que ser apasionados, merecen ser enormes, nos tiene que ir la vida en ello. Y serán nuestros sueños, la gubia que nos moldee en el viaje.
Hay una maldición árabe que dice: "Ojalá se te cumplan lo sueños" Es que no puede haber nadie más inútil que un hombre sin sueños. Busquemos la ralización personal en causas enormes, en ideas inmensas, en ayudar a los que ya nadie quiere ayudar. En cambiar las cosas, patearlo todo y decir, esto se puede hacer. Y arremeter con todas las fuerzas. El camino está hecho para quienes quieren caminar, no para los que miran desde un costado. Hay muchos caminos, elijamos el nuestro, no aceptemos jamás un no por respuesta, intentémoslo. La vehemencia del optimismo ha generado los grandes cambios del mundo.
No porque vivamos bajo un mismo cielo, tenemos que tener el mismo horizonte.

ARDE LA CARCEL

Es asombroso como se magnifican los acontecimientos a la distancia. Una niña que dice papa, como le sale, por primera vez; se convierte en una soprano dando su magnífico toque de prima dona en la más maravillosa de la arias.
Se atropallan las sensaciones, nos parece oirla, cuando ella está dando esos sonidos que apenas puede enlazar con la imagen de su padre aun. A vos a la distancia te parece haber escuchado toda una declaración de amor a ese padre que espera ansioso la salida del aire de esa boquita que logró dar un sonido placentero a sus ansias de progenitor.
Hoy te levantaste y encendiste la televisión, las noticias de cada mañana. Europeos proponiendo a españoles a que se conviertan en europeos a costa de tanta tradición, firmando el sí de una constitución. Dicho por muhcas bocas, de muchos colores. Después las mezquinas propuestas de cada uno, pero no mucho más. De pronto, en tu lejana e idílica ciudad -en el recuerdo- una cárcel convertida en un campo de batalla, imágenes conmovedoras de gente que no se entiende con otra gente y que actúa con un odio impensable.
Te frotás los ojos, crees no estar viéndolo. AL final te decis: Mi ciudad! Es la primera vez que ves a tu ciudad en las noticias , aunque sabés que allí hay acontecimientos importantes, que hay buenas noticias, que sale el sol como en todos los sitios del mundo, que la gente se besa, rie, canta, charla, vive. Vos sabías tantas cosas y de pronto, una cárcel llena de crueldad es la noticia.
Terminan de pasar las imágenes y un tipo de corbata comenta sonriente sobre la feria de arte contemporáneo en Madrid. A ese tipo, y tantos otros que hacen ese espacio, les sirvió tu ciudad un par de minutitos. Ni sienten, ni saben, ni les importa que esa gente a vos sí te importa.
A esta hora ya estás, por lo menos, intranquilo imaginándote los acontecimientos, sabiendo que tu padre periodista puede estar por allí, que tenías un compañero que vive cerca, que alguien que conozcas puede estar muy triste, sintiendo por cada uno de los que están en tu ciudad. Los hechos, una vez más, se han magnificado.
Las noticias llegan como una enorme bomba. La mañana está empezando entre tostadas y café, pero a vos te acaban de incendiar la ciudad.
Te llenás de bronca por haberles prestado el nombre de tu ciudad a esos tipos de corbata que suman un puntito de rating a su espacio.
Prefiero que no hayan tipos de corbata de por medio, prefiero que se ocupen de sus cosas, me encantaría que no hubiera noticias terribles. Es imposible.
Pero elijo, eso sí puedo, que me llame mi hermano y me diga: La Luz me dijo papá!!!

PUBLICIDAD QUE VENDE

Ogilvy fue, probablemente, el publicitario más didáctico de los de su generación. Acostumbraba publicar anuncios de página del estilo "How to", que además de ser excelentes instrumentos de promoción de su agencia, servían también para enseñar publicidad a anunciantes medianos y chicos, estudiantes y público curioso por conocer los entresijos de la actividad.

Uno de los más famosos de esos mensajes fue "Cómo crear publicidad que vende". Se trataba de un "manual de uso" de la publicidad; entre casi cuarenta recomendaciones estaban las siguientes: -Imagen de marca. Cada pieza de una campaña publicitaria deberá contribuir al complejo símbolo que es la imagen de marca. El noventa y cinco por ciento de la publicidad que se realiza es creada ad-hoc. La mayoría de los productos no tienen, ni siquiera de un año a otro, una imagen consistente.

-Evitar la logorrea. Hay que hacer que lo visual cuente la historia. Lo que uno muestra es más importante que lo que uno dice. Hay muchos comerciales que ahogan al espectador en un torrente de palabras.

-Las grandes ideas. A no ser que la publicidad esté creada en función de una gran idea pasará desapercibida como un barco en la noche. Sólo una gran idea puede sacudir al consumidor y sacarlo de su indiferencia.

-No hay que enterrar las noticias. Es más fácil interesar al consumidor en un producto cuando es nuevo que en cualquier otro momento de su vida. Muchos redactores tienen un instinto fatal que los induce a enterrar las noticias. Es por ese motivo que la casi totalidad de las campañas de nuevos productos no explotan al máximo las posibilidades de una auténtica noticia.

-Por sobre todo, no ser aburrido. No existen registros de buenas ventas derivadas de avisos aburridos. Sin embargo, mucha de la publicidad que se ve es impersonal, fría y tediosa. Siempre es una buena idea involucrar al consumidor, a quien hay que hablarle como un ser humano.

RADIO

Cerrás los ojos y empezás a sintonizar. Girás la rueda que te lleva por todo el dial, te parás en un recuerdo. Te reís, te emociona, te aburre, seguís. Oh! De pronto esa vocecita, cuantas veces sonó en noches larguísimas en las que parecía que el sueño se había aliado al amanecer. Te trae tantas sensaciones esa vocecita, dulce, suave, de almendra. Seguís, mejor seguir, pensás. Acercándose a otro punto se empieza a escuchar una frecuencia que gana fuerza, que lo empieza a llenar todo, que se ha vuelto potentísima. Ya está, está sintonizada. Como suena, retumba en cada rincón de tu mente. Es la emisora que elegís para seguir escuchando. Cada día de tu vida la escucharías, a cada momento lo harías. Ahora nada te interrumpe, la estás escuchando, que placer cuando después de tu canción favorita oís la voz de ella que dice con toda la dulzura del mundo: A tomar la leche…
Somos radios, tenemos nuestro dial incorporado, es importante agarrar la rueda y hacerla girar de vez en cuando. Tenemos emisoras y programas maravillosos. Cuanto vale? Una cerradita de ojos. Y bienvenido a la banda sonora de tu vida.

EL PODER DE LA PALABRA

Quisiera saber el vértigo que sintió el hombre que articuló la primera palabra.
El que dijo: esto se llama así. Aunque antes debió crear: esto, se, llama y así; en ese orden. Supongo que no fue el orden, sino que dio un nombre a algo y luego pensó como comunicarlo.
El tema no es caer en la estructura, ni la forma. Sino en lo que ha dejado. En lo que nos despiertan las palabra. Son un gran detonador que activan mecanismos impensados, dependiendo de quien las lea, su historia, sus emociones y su momento sobre todo. Jamás hubiera imaginado lo que podría suponer en algún momento de mi vida la palabra distancia.
Lo que pudiera haber significado camino, hoy puede ser tiempo, puede traducirse en horas de charla añoradas, en abrazos, en lágrimas.
Y así las palabras nos llegan creando mil diccionarios, mil álbumes, infinidad de sensaciones.
Listaré palabras que me producen un tropel de sensaciones y me resulta imposible resumir su significado sin encontrar imágenes por todos lados.
Rawson
Hermano
Guardapolvo
Milanesa
Niños
Hija
Compañera

Comparto parte de mi lista con ustedes queridos amigos. Es tan larga que aburriría, sin dudas soy un habitante de un mundo de palabras. Convivo con las palabras de los libros, siento la intensidad de cada una de ellas al usarlas para mi trabajo, como con las palabras, me visto con palabras. Estoy convencido del gran poder de la palabra, con la palabra se puede solucionar todo, es el arma más poderosa que tenemos. Y la única arma que dispara también en contra de quien la empuña. La maravillosa palabra.

BIENVENIDOS!

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VINCULADOS POR NUESTRA CONCEPCION DE LA COMUNICACION, MUY PRONTO COMENZARE A PUBLICAR TRABAJOS Y CURIOSIDADES DEL MUNDO DE LA PUBLICIDAD Y LA COMUNICACION EN GENERAL. LOS INVITO A SUMARSE.

UN FUERTE ABRAZO



PAT, GRINGO, JUAN MANUEL, JM. YO