COPAS

Conozco un tipo que diferencia el olor a melocotón del que tiene el albaricoque, durazno y damasco. Tiene un olfato tan fino que puede describirte los treinta aromas que libera un vino. Un tipo tan mágico que encuentra musas en una copa, capaz de ver duendes dibujados en el cristal. Tan sensible es mi amigo que cuando queda una gota rodando por la copa, a él se le escapan dos de los ojos.
Este hombre que te espera, luego del deseado regreso a tu país, con una montaña de empanadas hechas a las siete de la mañana, lo merece todo. Este brutal compañero que se fue a Londres a ver al amigo que la estaba pasando mal, para regalar un nuevo abrazo. Abrazos capaces de salvar a cualquiera, los mismos que nos diera cuando un 31 de enero mi tío nos dijo adiós, o no nos lo dijo, pero tuvimos que ir nosotros a decírselo, con él claro. Este tipo les puedo asegurar que es increíblemente generoso, lo dio todo y lo volvió a construir mil veces. Yo se muy bien que cada vez, lo hizo para darlo de nuevo. Para abrazar.
Alberto, enólogo, Mono como te gusta a vos. Te fuiste y no pude aprender a diferenciar el olor del melocotón del albaricoque, el del cuero y el del roble. Me perdí la receta de las empanadas, se me olvidaron tantas cosas.
Pero mi querido amigo, me dejaste el olor de la amistad. Cada vez que te recuerdo lo siento, cada vez que lo siento, me parece verte del otro lado de la mesa, con la cara larga a través del cristal de mi copa. Salud amigo, me imagino que nos estarás esperando con un banquete allí arriba, nos vemos hermano.

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