Sí, acepto.
Era la segunda vez que se escuchaba esta frase en el último minuto. Aún retumbaba lejana la voz y los dos trataban de oír más todavía para estar seguros que aquellas palabras habían rozado sus labios un momento atrás, que era por sus gargantas que habían rodado.
Se tomaban las manos, y en ese gesto se advertía que había una terrible coincidencia. Los dos pensaban en sus propios caminos, aunque no estaban seguros del destino de los pasos del otro. Se estaban quedando juntos porque era lo que les tocaba, lo que debían hacer.
Miraban su flamante fracaso desde los ojos ilusionados de los demás. Acababan de cerrar un trato, de iniciar un pacto de silencio. Sus ojos ni se encendían con el brillo de la pasión, ni si buscaban ilusionados.
No había diferencia con la desilusión de quien compra un pan de la mañana a las nueve de la noche. Sabe que no es lo mejor que puede hacer, solo se conforma con tenerlo, sabe que no lo disfrutará como a aquel otro, pero es lo que hay.
Se besan, salen y atraviesan riendo una espesa nube de arroz.
Tú los conoces, ponles por mi los nombres. Estos, como tantos otros, no comieron perdices.
DIGNIDAD
Viajé a mi país y me sentí incómodamente crítico de todo cuanto veía.
Es difícil no mirarlo con ojo crítico. Uno tiene los recuerdos
guardados con tal cariño, que al ver la transfiguración de la ciudad,
de la gente, de los lugares tantísimas veces frecuentados, no puede
mirar sin pensar en el fallo, en lo cuestionable de cada detalle, en
la degradación. Si hasta los árboles parecen menos verdes.
Admiro y protejo con un manto de cariño a todos los que, a diferencia
de lo que yo hice, se quedaron soportando una terrible crisis
económica, social, psicológica, mediática, política. Ni se me
ocurriría cuestionar a estos que, por elección u opción, aguantaron,
soñaron, crecieron y jamás perdieron la esperanza.
He vivido casi toda mi vida en Argentina, es un lugar maravilloso,
aunque siento que el mundo entero es mi lugar, volvería siempre a
Argentina. Conozco a su gente y sus costumbres, he recorrido todo el
país. Estuve en cada provincia ,para quienes no sean argentinos o no
hayan ido les comento, hay 22 provincias en un país inmenso de
2.800.000 km2, un tercio de Europa entera. Ir de punta a punta es lo
mismo que viajar de Noruega a Sicilia.
Decía que conozco Argentina y a los argentinos, se cuánto les ha
importado siempre como se ve su país desde afuera. Siempre se han
mirado con los ojos de otros antes que con los propios. Es una larga
tradición y sería muy extenso explicarlo. Digamos, por resumir, que
tienen una rara sensación de emigrantes. Sienten que esta tierra
fantástica donde viven, no pertenece a la parte del mundo adonde está.
Son demasiado europeos para estar en América Latina, son demasiado
latinoamericanos para olvidarse del resto y pensar en ellos. Es así
que la opinión de un viajero está sobrevaluada, toma una dimensión
inimaginable.
Estuve hace poco tiempo allí, en mi país. No podía pasear sin fijarme
en los niños de la calle, los mismos que antes eran parte del paisaje
urbano. No podía ir al supermercado, sin detenerme a ver los carritos
vacíos. No podía ver a mis amigos romperse el alma trabajando, sin
pensar en sus magrísimos sueldos. Detrás de ese velo que lo cubre
todo, hay gente fantástica, sitios soñados y un horizonte que no hace
otra cosa más que prometer futuro. Es una cuestión de dignidad.
Es difícil evitar el telón, porque la dignidad cuando se tiene es
invisible, pero cuando no se tiene. ¡Hay que ver cómo se ve!
Es difícil no mirarlo con ojo crítico. Uno tiene los recuerdos
guardados con tal cariño, que al ver la transfiguración de la ciudad,
de la gente, de los lugares tantísimas veces frecuentados, no puede
mirar sin pensar en el fallo, en lo cuestionable de cada detalle, en
la degradación. Si hasta los árboles parecen menos verdes.
Admiro y protejo con un manto de cariño a todos los que, a diferencia
de lo que yo hice, se quedaron soportando una terrible crisis
económica, social, psicológica, mediática, política. Ni se me
ocurriría cuestionar a estos que, por elección u opción, aguantaron,
soñaron, crecieron y jamás perdieron la esperanza.
He vivido casi toda mi vida en Argentina, es un lugar maravilloso,
aunque siento que el mundo entero es mi lugar, volvería siempre a
Argentina. Conozco a su gente y sus costumbres, he recorrido todo el
país. Estuve en cada provincia ,para quienes no sean argentinos o no
hayan ido les comento, hay 22 provincias en un país inmenso de
2.800.000 km2, un tercio de Europa entera. Ir de punta a punta es lo
mismo que viajar de Noruega a Sicilia.
Decía que conozco Argentina y a los argentinos, se cuánto les ha
importado siempre como se ve su país desde afuera. Siempre se han
mirado con los ojos de otros antes que con los propios. Es una larga
tradición y sería muy extenso explicarlo. Digamos, por resumir, que
tienen una rara sensación de emigrantes. Sienten que esta tierra
fantástica donde viven, no pertenece a la parte del mundo adonde está.
Son demasiado europeos para estar en América Latina, son demasiado
latinoamericanos para olvidarse del resto y pensar en ellos. Es así
que la opinión de un viajero está sobrevaluada, toma una dimensión
inimaginable.
Estuve hace poco tiempo allí, en mi país. No podía pasear sin fijarme
en los niños de la calle, los mismos que antes eran parte del paisaje
urbano. No podía ir al supermercado, sin detenerme a ver los carritos
vacíos. No podía ver a mis amigos romperse el alma trabajando, sin
pensar en sus magrísimos sueldos. Detrás de ese velo que lo cubre
todo, hay gente fantástica, sitios soñados y un horizonte que no hace
otra cosa más que prometer futuro. Es una cuestión de dignidad.
Es difícil evitar el telón, porque la dignidad cuando se tiene es
invisible, pero cuando no se tiene. ¡Hay que ver cómo se ve!
ALZHEIMER
No, yo quiero irme a la casa de mi mamá, dejame, dejame. Ahora como la papa y me voy, seguro que me viene a buscar el tío Vicente, yo me quiero ir con mamita.
Era mi abuela la que hablaba. Pobrecita. Hacía años que no tenía mamita, ni tío Vicente ni comía “la papa”. Ella se quería ir con su mamá. Yo recién hoy la entiendo, hasta ahora no había pensado en sus palabras. Tenía Alzheimer. La cruel epidemia de nuestro tiempo, una enfermedad maldita que mata mal. Que mata una parte, que no acaba de hacer. Que va rompiendo y engaña, hace unas maniobras para que a los pobres ilusionados nos parezca que cesó, que se acabará. De repente arremete de nuevo, borrando recuerdos con la fuerza de un torbellino. Arrasa ideas, revienta gestos, rompe definitivamente los vínculos. De pronto una mirada que se pierde, que no te reconoce, que te hiela. ¿Quién sos vos? Y a vos no se te ocurre decirle la verdad, no tenés coraje de mostrarle que se equivoca, que no reconoce a su nieto. Vos le decís que haga un esfuerzo, ella te pone cualquier nombre y teminás aceptándolo sin más. Sin opción, te convrtís en esa persona. En quien sea. No tenés derecho de decirle que no, al menos no te interesa hacerlo. Te volvés Vicente, Antonio, Oscar, cualquiera. Te da igual, solo te interesa que no se preocupe, no contrariarla. Vale el trueque a cambio de tantas leches calentitas, de tantas naranjas peladas con arte maestro. Ni se compara con esas sopas de invierno, con los guiños cariñosos, con los mimos antes de taparte por milésima vez en una misma noche. Nada vale más que sus enseñanzas, que su entero y total amor.
Me quiero ir con mamita…
Claro, estaba pidiendo que la liberaran de su laberinto de caras y nombres. Quería irse, con su pasito apresurado, a otro sitio donde no le costara tanto llevar adelante cada día.
Y se fue. Un día nos estrujó el corazón y partió. Quedamos con el pecho encogido, tristes hasta el aburrimiento. Se fue un ángel, hasta se debe haber ido volando. A veces lo pienso.
Hoy volando vino, me toco la cara como siempre y me dijo: No te preocupés, estoy con mamita. ¿Y sabés qué? Me llamó por mi nombre: Vicente, Antonio, Oscar, o el que sea.
Buenas noches abuela.
Era mi abuela la que hablaba. Pobrecita. Hacía años que no tenía mamita, ni tío Vicente ni comía “la papa”. Ella se quería ir con su mamá. Yo recién hoy la entiendo, hasta ahora no había pensado en sus palabras. Tenía Alzheimer. La cruel epidemia de nuestro tiempo, una enfermedad maldita que mata mal. Que mata una parte, que no acaba de hacer. Que va rompiendo y engaña, hace unas maniobras para que a los pobres ilusionados nos parezca que cesó, que se acabará. De repente arremete de nuevo, borrando recuerdos con la fuerza de un torbellino. Arrasa ideas, revienta gestos, rompe definitivamente los vínculos. De pronto una mirada que se pierde, que no te reconoce, que te hiela. ¿Quién sos vos? Y a vos no se te ocurre decirle la verdad, no tenés coraje de mostrarle que se equivoca, que no reconoce a su nieto. Vos le decís que haga un esfuerzo, ella te pone cualquier nombre y teminás aceptándolo sin más. Sin opción, te convrtís en esa persona. En quien sea. No tenés derecho de decirle que no, al menos no te interesa hacerlo. Te volvés Vicente, Antonio, Oscar, cualquiera. Te da igual, solo te interesa que no se preocupe, no contrariarla. Vale el trueque a cambio de tantas leches calentitas, de tantas naranjas peladas con arte maestro. Ni se compara con esas sopas de invierno, con los guiños cariñosos, con los mimos antes de taparte por milésima vez en una misma noche. Nada vale más que sus enseñanzas, que su entero y total amor.
Me quiero ir con mamita…
Claro, estaba pidiendo que la liberaran de su laberinto de caras y nombres. Quería irse, con su pasito apresurado, a otro sitio donde no le costara tanto llevar adelante cada día.
Y se fue. Un día nos estrujó el corazón y partió. Quedamos con el pecho encogido, tristes hasta el aburrimiento. Se fue un ángel, hasta se debe haber ido volando. A veces lo pienso.
Hoy volando vino, me toco la cara como siempre y me dijo: No te preocupés, estoy con mamita. ¿Y sabés qué? Me llamó por mi nombre: Vicente, Antonio, Oscar, o el que sea.
Buenas noches abuela.
EL MAESTRO DE LAS PIEDRAS
Perdido en medio de la cordillera de los andes, perdido con ganas, olvidado por naturaleza, secreto en cientos de corazones. Silencioso y perenne, digamos que no se levanta ni se erige, sino más bien se desparrama como puede entre medio de las montañas; Divisadero, un entrañable y minúsculo pueblito.
Allí, a ese lugar tan alejado de la mano de Dios, pero tan cercano a su corazón, llegó un hombrecito lleno de sueños, rebosante de magia. Hombrecito por su edad, por lo pequeño que se veía con semejante escenografía. Hombre cabal y total, visto por sus ideales, por su entrega, por su carácter inquebrantable.
Recibido de maestro normal con tan solo 17 años, se metió en el corazón de la roca dispuesto a llevar cultura a esa gente desprotegida y curtida. Gente trabajadora, castigada por el frío y capaz de cubrir sus necesidades con una imaginación apenas más grande que sus bondad.
El comienzo fue duro, como todo comienzo, pero este además sucedió en un lugar particularmente hostil. Donde el frío entra sin permiso, el agua no llega ni con permiso y un polvo que parece talco se mete en los ojos para toda la vida.
Fueron llegando los alumnitos, trazando venas en los cerros, unos a caballo, alguno en bicicleta y todos los demás a pie. Caminaban kilómetros para llegar a su encuentro con el maestro. Unos eran alumnitos y otros alumnos nomás, tanto tiempo sin maestro había llenado de años a los postulantes, que se repartían en el aula única para aprender todos a un mismo tiempo los secretos de la palabra escrita, la magia de la historia, los caprichos de los números y poquito más. Pero para esta gete, esa primera enseñanza lo era todo, lo fue todo y sigue siéndolo. El maestro con paciencia fue tallando la piedra bruta de cada alumno con la intención de llegar al diamante de sus corazones. Sacándoles la cáscara de incultura, frotando con cariño para alcanzar el brillo.
Cuatro décadas después, esos hombres, ancianos muchos, ese puñado de instruidos del medio de los cerros quiso devolverle como podía la dedicación, comprensión y amor al hombre de blanco que azotaba la campana de la escuelita de adobe cada mañana. Así le dedicaron una plaza, la única plaza de Divisadero y posiblemente la única en kilómetros. Un milagro entre las piedras.
Deben haber sido las siete de la tarde, el sol engaña al reloj en esos páramos cordilleranos, cuando la Plaza Maestro José Gregorio Vargas comenzó a llamarse así. Los alumnos abrazaban con emoción al maestro. Y por las lágrimas de éste, podía advertirse que el polvo que parece talco, se le había metido en los ojos para toda la vida.
Allí, a ese lugar tan alejado de la mano de Dios, pero tan cercano a su corazón, llegó un hombrecito lleno de sueños, rebosante de magia. Hombrecito por su edad, por lo pequeño que se veía con semejante escenografía. Hombre cabal y total, visto por sus ideales, por su entrega, por su carácter inquebrantable.
Recibido de maestro normal con tan solo 17 años, se metió en el corazón de la roca dispuesto a llevar cultura a esa gente desprotegida y curtida. Gente trabajadora, castigada por el frío y capaz de cubrir sus necesidades con una imaginación apenas más grande que sus bondad.
El comienzo fue duro, como todo comienzo, pero este además sucedió en un lugar particularmente hostil. Donde el frío entra sin permiso, el agua no llega ni con permiso y un polvo que parece talco se mete en los ojos para toda la vida.
Fueron llegando los alumnitos, trazando venas en los cerros, unos a caballo, alguno en bicicleta y todos los demás a pie. Caminaban kilómetros para llegar a su encuentro con el maestro. Unos eran alumnitos y otros alumnos nomás, tanto tiempo sin maestro había llenado de años a los postulantes, que se repartían en el aula única para aprender todos a un mismo tiempo los secretos de la palabra escrita, la magia de la historia, los caprichos de los números y poquito más. Pero para esta gete, esa primera enseñanza lo era todo, lo fue todo y sigue siéndolo. El maestro con paciencia fue tallando la piedra bruta de cada alumno con la intención de llegar al diamante de sus corazones. Sacándoles la cáscara de incultura, frotando con cariño para alcanzar el brillo.
Cuatro décadas después, esos hombres, ancianos muchos, ese puñado de instruidos del medio de los cerros quiso devolverle como podía la dedicación, comprensión y amor al hombre de blanco que azotaba la campana de la escuelita de adobe cada mañana. Así le dedicaron una plaza, la única plaza de Divisadero y posiblemente la única en kilómetros. Un milagro entre las piedras.
Deben haber sido las siete de la tarde, el sol engaña al reloj en esos páramos cordilleranos, cuando la Plaza Maestro José Gregorio Vargas comenzó a llamarse así. Los alumnos abrazaban con emoción al maestro. Y por las lágrimas de éste, podía advertirse que el polvo que parece talco, se le había metido en los ojos para toda la vida.
NIÑO
Esfuérzate cuanto puedas.
Haz que todos los sueños se hagan realidad.
Mírame a los ojos y dime que no es posible, que no te sale, que
abandonas, que claudicas…
Soy el niño que fuiste, soy el chico que desde un rincón del corazón te dice:
¿Estas cansado?
¡Pues yo no, así que iremos a más!
¿Quién se atreve a decepcionarlo?
¿Quién es capaz de decirle que no tiene tiempo de escucharlo?
¿Quién puede darle la espalda?
Te deseo que escuches esa vocecita cada vez que flaqueen tus fuerzas, cada vez que se te nuble el horizonte, cuando se te vuelva borroso el mapa.
Ahi está siempre ese niño hablándote, pidiéndote más. Recordándote cómo era el plan.
A mi me dice siempre que te escriba, que lo hemos deseado siempre, que te ayude a salir adelante.
Ahora me está hablando, me dice que te diga que te quiero, que te recuerdo siempre, que eres muy importante para mi.
Tómalo en mis palabras, eres muy importante, tú y tu niño.
Haz que todos los sueños se hagan realidad.
Mírame a los ojos y dime que no es posible, que no te sale, que
abandonas, que claudicas…
Soy el niño que fuiste, soy el chico que desde un rincón del corazón te dice:
¿Estas cansado?
¡Pues yo no, así que iremos a más!
¿Quién se atreve a decepcionarlo?
¿Quién es capaz de decirle que no tiene tiempo de escucharlo?
¿Quién puede darle la espalda?
Te deseo que escuches esa vocecita cada vez que flaqueen tus fuerzas, cada vez que se te nuble el horizonte, cuando se te vuelva borroso el mapa.
Ahi está siempre ese niño hablándote, pidiéndote más. Recordándote cómo era el plan.
A mi me dice siempre que te escriba, que lo hemos deseado siempre, que te ayude a salir adelante.
Ahora me está hablando, me dice que te diga que te quiero, que te recuerdo siempre, que eres muy importante para mi.
Tómalo en mis palabras, eres muy importante, tú y tu niño.
COPAS
Conozco un tipo que diferencia el olor a melocotón del que tiene el albaricoque, durazno y damasco. Tiene un olfato tan fino que puede describirte los treinta aromas que libera un vino. Un tipo tan mágico que encuentra musas en una copa, capaz de ver duendes dibujados en el cristal. Tan sensible es mi amigo que cuando queda una gota rodando por la copa, a él se le escapan dos de los ojos.
Este hombre que te espera, luego del deseado regreso a tu país, con una montaña de empanadas hechas a las siete de la mañana, lo merece todo. Este brutal compañero que se fue a Londres a ver al amigo que la estaba pasando mal, para regalar un nuevo abrazo. Abrazos capaces de salvar a cualquiera, los mismos que nos diera cuando un 31 de enero mi tío nos dijo adiós, o no nos lo dijo, pero tuvimos que ir nosotros a decírselo, con él claro. Este tipo les puedo asegurar que es increíblemente generoso, lo dio todo y lo volvió a construir mil veces. Yo se muy bien que cada vez, lo hizo para darlo de nuevo. Para abrazar.
Alberto, enólogo, Mono como te gusta a vos. Te fuiste y no pude aprender a diferenciar el olor del melocotón del albaricoque, el del cuero y el del roble. Me perdí la receta de las empanadas, se me olvidaron tantas cosas.
Pero mi querido amigo, me dejaste el olor de la amistad. Cada vez que te recuerdo lo siento, cada vez que lo siento, me parece verte del otro lado de la mesa, con la cara larga a través del cristal de mi copa. Salud amigo, me imagino que nos estarás esperando con un banquete allí arriba, nos vemos hermano.
Este hombre que te espera, luego del deseado regreso a tu país, con una montaña de empanadas hechas a las siete de la mañana, lo merece todo. Este brutal compañero que se fue a Londres a ver al amigo que la estaba pasando mal, para regalar un nuevo abrazo. Abrazos capaces de salvar a cualquiera, los mismos que nos diera cuando un 31 de enero mi tío nos dijo adiós, o no nos lo dijo, pero tuvimos que ir nosotros a decírselo, con él claro. Este tipo les puedo asegurar que es increíblemente generoso, lo dio todo y lo volvió a construir mil veces. Yo se muy bien que cada vez, lo hizo para darlo de nuevo. Para abrazar.
Alberto, enólogo, Mono como te gusta a vos. Te fuiste y no pude aprender a diferenciar el olor del melocotón del albaricoque, el del cuero y el del roble. Me perdí la receta de las empanadas, se me olvidaron tantas cosas.
Pero mi querido amigo, me dejaste el olor de la amistad. Cada vez que te recuerdo lo siento, cada vez que lo siento, me parece verte del otro lado de la mesa, con la cara larga a través del cristal de mi copa. Salud amigo, me imagino que nos estarás esperando con un banquete allí arriba, nos vemos hermano.
CONTESTADOR
Tuuuuuu... Tuuuuuuu.... Biiip...
Este es el contestador automático de mi alma, después de la señal deja tu mensaje, lo siento pero en este momento no puede atenderte. Este contestador se activa cada vez que mi alma se hace la distraída y se olvida de aparecer por aquí. Algunas veces se pone en funcionamiento cuando veo un niño descalzo y no soy capaz de emocionarme. Otras lo hace si no escucho el llamado de un amigo que, a su modo, me pide que le de una mano. Un día se encendió cuando no tuve palabras para responder a un te quiero. Se conecta a veces, cuando veo un iraquí sufriendo horribles atentados y no me convierto en iraquí. Cuando no soy capaz de transformarme en aborigen, si veo aborígenes sin oportunidades. Cuando hay hambre y ni me da una cosquillita en las tripas. Cuando pide comprensión un enfermo y no escucho su voz. Cuando se que en Sudán la desesperación se apodera de miles de personas y no puedo sentirme sudanés. Cuando me vuelvo sordo ante el llanto de un niño.
Si lo encuentras activado, por favor déjame tu mensaje, dime que estoy ausente, que me estoy perdiendo lo más importante de la vida. Se me hace difícil controlarlo, alguna vez se echó a andar solo, cuando me sequé una lágrima sin siquiera pensar en lo que me la produjo. Tantas veces me encontré con el contestador lleno, luego de ocuparme de lo urgente antes que de lo importante.
Amigo, me importa escucharte. Si alguna vez te topas con el contestador, deja pasar un momento y, por favor, dame otra oportunidad. Gracias. Biiiip...
Este es el contestador automático de mi alma, después de la señal deja tu mensaje, lo siento pero en este momento no puede atenderte. Este contestador se activa cada vez que mi alma se hace la distraída y se olvida de aparecer por aquí. Algunas veces se pone en funcionamiento cuando veo un niño descalzo y no soy capaz de emocionarme. Otras lo hace si no escucho el llamado de un amigo que, a su modo, me pide que le de una mano. Un día se encendió cuando no tuve palabras para responder a un te quiero. Se conecta a veces, cuando veo un iraquí sufriendo horribles atentados y no me convierto en iraquí. Cuando no soy capaz de transformarme en aborigen, si veo aborígenes sin oportunidades. Cuando hay hambre y ni me da una cosquillita en las tripas. Cuando pide comprensión un enfermo y no escucho su voz. Cuando se que en Sudán la desesperación se apodera de miles de personas y no puedo sentirme sudanés. Cuando me vuelvo sordo ante el llanto de un niño.
Si lo encuentras activado, por favor déjame tu mensaje, dime que estoy ausente, que me estoy perdiendo lo más importante de la vida. Se me hace difícil controlarlo, alguna vez se echó a andar solo, cuando me sequé una lágrima sin siquiera pensar en lo que me la produjo. Tantas veces me encontré con el contestador lleno, luego de ocuparme de lo urgente antes que de lo importante.
Amigo, me importa escucharte. Si alguna vez te topas con el contestador, deja pasar un momento y, por favor, dame otra oportunidad. Gracias. Biiiip...
DULCE TULUMBA
Uno va caminando por una callecita de Estambul, les aseguro que no es tan simple como suena, caminar por esas calles es en sí una gran experiencia. Se puede pasear por Europa y con solo apurar el tranco aparecer en Asia. Basta atravesar el Bósforo y cambiar de continente.
Eso sólo puede pasar en Estambul.
Darse una vuelta, rodenado el cuerno de oro y llegar al Café de Pierre Lotti, sentarse frente a ese horizonte poblado de siluetas de mezquitas y barcos, de la siempre concurrida Constantinopla.
Eso también, sólo puede pasar en Estambul.
Frente a la vieja parada final del Orient Express, al lado de la puerta de entrada al Imperio Romano de Oriente, se puede uno sentar en la que seguro es una de las casas de té más hermosas del mundo. Los dulces tradicionales son verdaderas obras arquitectónicas, quizá más logradas que la misma mezquita azul o el Palacio de Dolmabahçe, montañas de mil hojas bañadas con cataratas de miel y granizadas con pistacho.
Encontrar estos exquisitos dulces, sólo puede pasar en Estambul.
Este viajero se llenó de curiosidad y cierta añoranza, cuando descubrió que uno de las más dulces y deseados manjares se conseguía diciéndole a la señora que atendía: Tulumba. Tal y como suena, este es el nombre del más exquisito de los pasteles turcos. Tulumba, como el querido pueblo del norte cordobés. Un sitio soñado, basta con dar dos pasos para llenarse los pulmones de aire puro y cruzarse con el primer tulumbano sonriente, de los muchos que te encontrarás a lo largo del día.
Un lugar mágico donde se escucha el río desde cada rincón del pueblo, donde su gente se jacta del pan fragante, con un bellísimo paisaje que te termina dejando los ojos verdes.
Y créanme amigos, eso, eso sólo se puede hacer en Tulumba.
Dedicado a sus embajadores.
Eso sólo puede pasar en Estambul.
Darse una vuelta, rodenado el cuerno de oro y llegar al Café de Pierre Lotti, sentarse frente a ese horizonte poblado de siluetas de mezquitas y barcos, de la siempre concurrida Constantinopla.
Eso también, sólo puede pasar en Estambul.
Frente a la vieja parada final del Orient Express, al lado de la puerta de entrada al Imperio Romano de Oriente, se puede uno sentar en la que seguro es una de las casas de té más hermosas del mundo. Los dulces tradicionales son verdaderas obras arquitectónicas, quizá más logradas que la misma mezquita azul o el Palacio de Dolmabahçe, montañas de mil hojas bañadas con cataratas de miel y granizadas con pistacho.
Encontrar estos exquisitos dulces, sólo puede pasar en Estambul.
Este viajero se llenó de curiosidad y cierta añoranza, cuando descubrió que uno de las más dulces y deseados manjares se conseguía diciéndole a la señora que atendía: Tulumba. Tal y como suena, este es el nombre del más exquisito de los pasteles turcos. Tulumba, como el querido pueblo del norte cordobés. Un sitio soñado, basta con dar dos pasos para llenarse los pulmones de aire puro y cruzarse con el primer tulumbano sonriente, de los muchos que te encontrarás a lo largo del día.
Un lugar mágico donde se escucha el río desde cada rincón del pueblo, donde su gente se jacta del pan fragante, con un bellísimo paisaje que te termina dejando los ojos verdes.
Y créanme amigos, eso, eso sólo se puede hacer en Tulumba.
Dedicado a sus embajadores.
ESPEJITO ESPEJITO
Los asesores de imagen giran a su alrededor, la sonrisa, el gesto de desaprobación, la mirada de padre comprensivo. Ahora ensayan como arquear las cejas para dar confianza, muy bien, muy logrado. Recuerda cómo debe poner las manos? Exacto, perfecto. Ya han logrado un personaje irresistible, fueron moldeándolo hasta obtener este perfecto muñeco de apología y engaño. El político está listo. Quizá falten un par de detalles de peluquería, pero la obra esta acabada.
Su hombre se ha convertido en un prototipo perfecto para convocar masas, el hipnotizador de incautos. Es un adonis para la intención de voto, el Narciso de las urnas.
Comienza su escalada hacia el poder con una fruición descomunal, arremetiendo contra lo que se cruce, haciendo rodar cabezas como naranjas en un mercado. Un poco de aquí y algo de allí, todo a los bolsillos de Narciso. Todo para lograr más complicidad ,todo para convertirse en intocable, para que sus competidores teman, para que nadie le critique, para allanar su camino. En su mente hay un solo amor, el incondicional e impulsivo amor hacia si mismo. La fascinación con ese personaje, que es él, que lo puede todo, que somete a todos. Fruto de ese amor es el saco sin fondo donde guarda el botín de sus conquistas, de sus acciones.
Espero que un día a este Narciso le suceda lo mismo que a aquel otro, el de los griegos, espero que al mirarse en un espejo enloquezca par siempre. Se embelece con la imagen que le devuelve el cristal y se meta allí y que se vaya para siempre. Y sepa que lo único bueno que ha hecho, lo único realmente importante, ha sido irse y dejar lugar a quienes viven por la belleza de los niños, de los pobres, de la gente. Dejar lugar a quienes creen que la vida no termina aquí. Que el compromiso es con sus conciencias.
Su hombre se ha convertido en un prototipo perfecto para convocar masas, el hipnotizador de incautos. Es un adonis para la intención de voto, el Narciso de las urnas.
Comienza su escalada hacia el poder con una fruición descomunal, arremetiendo contra lo que se cruce, haciendo rodar cabezas como naranjas en un mercado. Un poco de aquí y algo de allí, todo a los bolsillos de Narciso. Todo para lograr más complicidad ,todo para convertirse en intocable, para que sus competidores teman, para que nadie le critique, para allanar su camino. En su mente hay un solo amor, el incondicional e impulsivo amor hacia si mismo. La fascinación con ese personaje, que es él, que lo puede todo, que somete a todos. Fruto de ese amor es el saco sin fondo donde guarda el botín de sus conquistas, de sus acciones.
Espero que un día a este Narciso le suceda lo mismo que a aquel otro, el de los griegos, espero que al mirarse en un espejo enloquezca par siempre. Se embelece con la imagen que le devuelve el cristal y se meta allí y que se vaya para siempre. Y sepa que lo único bueno que ha hecho, lo único realmente importante, ha sido irse y dejar lugar a quienes viven por la belleza de los niños, de los pobres, de la gente. Dejar lugar a quienes creen que la vida no termina aquí. Que el compromiso es con sus conciencias.
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