UNO, CADA UNO Y CADA CUAL

Basta cerrar los ojos, concentrarse en sus deseos y decidir ser quien uno se proponga.
Uno puede ser bombero y apagar todos los fuegos, liberar a la gente de su trampa de hierros y cemento. Ser cada día un héroe anónimo, un ángel guardián, entregándose entero sin condiciones ni intereses.
Uno puede ser científico, buscar la solución a las enfermedades, desarrollar vacunas que se suelten en el aire y no haga falta una sola moneda nunca más para administrar medicamentos.
Uno puede ser aviador y cruzar todos los cielos del mundo con una nave en las manos. Llevando, entre un montón de asientos, sueños, ilusiones, adioses, proyectos, penas, alegrías, amistad, soledad, amor. Yendo cientos de historias a la ida y trayendo otras cientos a la vuelta.
Uno puede ser escritor y gozar con locura en el momento sublime en que la roja sangre se vuelve azul en el trazo de la pluma. Cuando se vuelca el alma en el papel y se entregan hojas y hojas de sueños. Historias fantásticas para los pequeños, escritas en papel rosado para las adolescentes encantadas. Puede llevar relatos tórridos y complejas vidas, para lectores aburridos.
Uno puede ser maestro y llenarse el corazón de alegría en el momento de enseñar las primeras palabras a un montón de pares de ojos brillantes, agradecidos. Acompañando los pasos hacia el saber de quienes serán nuestro futuro, nuestra mayor esperanza.
Uno puede ser lo que quiera, puede ser gigante o enanito. Gordo o flaco, negro o blanco; o rojo o azul. Lo que quiera.
Pero jamás, nunca, en toda su vida podrá ser nada de nada, nada dividido en mil millones, nada menos nada; si antes no ha decidido: ser uno mismo.

PALTAS

Estoy sentado a la sombra fresca de un par de árboles frondosos. El papel en mis manos se ha vuelto verde clarito por el reflejo de tantas hojas, de tantos frutos. Son árboles de palta (aguacate), siempre deben estar en pareja. Esta especie es tan parecida a nosotros, solo dan frutos si hay dos juntos. Y lo curioso, lo que los hace más parecidos a nosotros, es que no siempre es fructífera la unión, solo lo hacen si hay compatibilidad. Algunas parejas de paltos pasan una vida de compañía sin el menor atisbo de una sola palta. Otras se doblan enteras cada temporada regalando el oro verde de sus ramas.
Es un árbol que sintetiza la relación de dos. Es fascinante, motivador al menos.
Me lleva a pensar en el origen de estos que me acogen hoy a sus pies. Veo las manos de ella eligiendo de una canasta las paltas más turgentes, las que prometían una carne más mantecosa. Las corta en la cocina con un cariño incomparable, va retirando la pulpa del interior, reservando la redonda semilla. Un tesoro marrón que inverna en el interior de ese huevo verde. Prepara ensaladas con una parte, pisa la otra con delicadeza para dejarla en un puré muy suave de color verde pálido que invita a meter un dedo, o dos.
Con las semillas inicia un ritual de semanas en agua, de un cazo al otro, cambiando el líquido, cuidándolas y hasta hablándoles de vez en cuando. Cuando dan su espigada plantita, ella las lleva al jardín, a ese rincón que tiene reservado. Con delicadeza y emoción les da la bienvenida a su jungla en miniatura. Serán compañía por un largo tiempo, serán la vista desde su ventana en tardes grises de invierno. Serán alimento para todos los que tengan la enorme fortuna de cobijarse bajo su techo.
Es una hermosa historia de amor, una historia más en la vida de esta mujer que va esparciendo su amor por el mundo. Va dejando sus frutos a cada paso. Justamente uno de sus frutos está entre la sombra y el papel recordando de donde vinieron estos paltos al jardín.
Gracias mamá.

EL VECINO DE ORION

Febrero regalaba un naranja suave que venía del azul más diáfano que se pueda imaginar. El naranja se fundía en redondeles como los que hace el pincel de acuarela en el vaso de agua y suave, acompasado, se convertía en violeta.
De repente estaba envuelto en uno de esos momentos en que la magia parece venir a apoderarse de todo y de todos. El momento justo en que el sol da su guiño, cuando la noche aprovecha y se le abalanza como una pantera para cegarlo definitivamente. Son dos segundos, un abrir y cerrar de ojos y la señora noche cubre con su capa todo el sol con un golpe de cadera de cabaret. Es el atardecer un momento increíble. Un instante que nos llena de emoción, que nos enseña que no sabemos nada de colores. Y al otro día vuelve a mostrarnos que no aprendimos nada, que jamás sabremos nada de colores. Si algún día nos parece que ya no hay qué nos sorprenda, siempre tendremos un atardecer más.
Ribetes pálidos en un horizonte que perdió la pulseada, la noche promete llegar de un momento a otro. Estoy ansioso esperando ese instante. He pasado todo este rato extasiado con los caprichos del color, para llegar a mi encuentro.
Comienza todo cuando las primeras estrellas parpadean aún como desperezándose. Cuando los diamantes tirados al azar sobre el terciopelo negro van ocupando su lugar. De pronto veo a mi izquierda que se ha terminado de armar el cinturón de Orión. Esa es la que esperaba, la estrella de abajo, la del pie, es mi preferida. Allí vive un amigo mío, un queridísimo amigo. Un ser especial, revoltoso, dueño de una vitalidad envidiable. De esos tipos que rara vez te cruzas en la vida y parece que quieren vivir diez vidas en una sola. Se que vive allí, en la estrella más baja de Orión, porque cada vez que pasé por un momento difícil lo tuve para pedirle que me echara una mano. Para que me ayudara a aclararme, para que conversara conmigo un rato. Este tipazo vivió sus diez vidas en una sola y muy joven se fue a vivir a aquella estrella. Fue mi primera gran pérdida, fue el momento en que descubrí que todo puede pasar. Que los vientos pueden girar y se vuela todo al revés. Que cuando las cosas se vuelan no se puede salir corriendo detrás, el viento es veloz. Y un chico en la alborada de su vida nos dice adiós, que se va a vivir a una estrella, que elijamos cual. Cuando veo que el sol se torna más rojizo, cuando percibo esa brumilla que se le cuela por los costados, dejo lo que esté haciendo, no importa que sea, jamás será más importante; y me siento un momento a esperar a mi primo. Lo saludo, le guiño un ojo y sigo con lo mío. Cuando veas un sol rojizo, siéntate un instante, siempre tendrás una estrella para poner un amigo. No se, pero me da la sensación de que puede estar más contento allí. O seré yo, no lo se.

NOELINA

Estamos todos tan contentos alrededor de la mesa. Esta noche ninguno se enojará, las diferencias se dejarán de lado para dar paso a la unión, la comprensión. Se puede sentir el espíritu que compratimos todos. A mi madre se la ve orgullosa, ha logrado tener una familia unida a fuerza de ejemplo y trabajo diario. Mi padre se enreda en todas las charlas de la mesa, podría responder cien preguntas al mismo tiempo.
Es la navidad de 1997, son como las diez de la noche, las copas están listas.
¿Recuerdas dónde estabas tú esa noche?
Te contaré donde estaba una amiga, una buena amiga.
Esa misma noche de navidad, la del 97, mi amiga acababa de nacer. Seguro fue por la tarde, serían las siete. Con poco más de tres horas de aire en sus pulmoncitos, la dejaron en la puerta del horfanato de su siempre cálida Calcuta natal. Por llegar la noche de navidad, le pusieron Noelina. Así se llama esta ardillita de un escaso metro de estatura.
Nació en la India, lleva el color de su origen en la piel. Ella dice que es marrón y despierta risas. Dice que le encanta la música y despierta ternura. Dice que quiere a sus padres con todo su corazón y despierta un montón de lágrimas en nuestros ojos.
Sus padres son unos grandísimos amigos, dos soñadores que se cruzaron el mundo para dar un poco más de vida. Que fueron contra viento y marea a buscar a su hija. A traerla al hogar, a darle una nueva oportunidad. Fueron a apostar por la vida, a regalar, como siempre hacen, todo su amor.
Cada Navidad, brindo con dos copas y te invito a ti a hacerlo. Una para brindar con mi familia, la otra para desearle feliz cumpleaños a esta ardillita que descubrió la vida, después de la vida.