PALTAS

Estoy sentado a la sombra fresca de un par de árboles frondosos. El papel en mis manos se ha vuelto verde clarito por el reflejo de tantas hojas, de tantos frutos. Son árboles de palta (aguacate), siempre deben estar en pareja. Esta especie es tan parecida a nosotros, solo dan frutos si hay dos juntos. Y lo curioso, lo que los hace más parecidos a nosotros, es que no siempre es fructífera la unión, solo lo hacen si hay compatibilidad. Algunas parejas de paltos pasan una vida de compañía sin el menor atisbo de una sola palta. Otras se doblan enteras cada temporada regalando el oro verde de sus ramas.
Es un árbol que sintetiza la relación de dos. Es fascinante, motivador al menos.
Me lleva a pensar en el origen de estos que me acogen hoy a sus pies. Veo las manos de ella eligiendo de una canasta las paltas más turgentes, las que prometían una carne más mantecosa. Las corta en la cocina con un cariño incomparable, va retirando la pulpa del interior, reservando la redonda semilla. Un tesoro marrón que inverna en el interior de ese huevo verde. Prepara ensaladas con una parte, pisa la otra con delicadeza para dejarla en un puré muy suave de color verde pálido que invita a meter un dedo, o dos.
Con las semillas inicia un ritual de semanas en agua, de un cazo al otro, cambiando el líquido, cuidándolas y hasta hablándoles de vez en cuando. Cuando dan su espigada plantita, ella las lleva al jardín, a ese rincón que tiene reservado. Con delicadeza y emoción les da la bienvenida a su jungla en miniatura. Serán compañía por un largo tiempo, serán la vista desde su ventana en tardes grises de invierno. Serán alimento para todos los que tengan la enorme fortuna de cobijarse bajo su techo.
Es una hermosa historia de amor, una historia más en la vida de esta mujer que va esparciendo su amor por el mundo. Va dejando sus frutos a cada paso. Justamente uno de sus frutos está entre la sombra y el papel recordando de donde vinieron estos paltos al jardín.
Gracias mamá.

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