EL MILAGRO DE LA SIRENITA

Y un día, se produjo el milagro.
Es que los milagros se dan así, como un suspiro, una brisita que llega por una ventana del cielo que se dejó abierta un ángel distraído en pleno vuelo.
Nosotros estábamos de la mano, nos las apretábamos con una mezcla fantástica de ternura y fuerza. Era el instante en que nos convertiríamos en dueños del mundo, el momento en que no nos importaría nada más, pasase lo que pasase solo pensaríamos en nosotros. Es curioso, pero a nosotros nos cuesta pensar solo en nosotros, no lo había pensado.
Decía que el milagro estaba gestándose, de un momento a otro nos llenaría de luz. Una cara con ojos tan emocionados como asustados, me miraba diciéndome sin decir: Solo espero que todo vaya bien, que salga todo como esperamos, nada más. Claro –contestaba yo, sin hablar- saldrá todo bien, es todo lo que deseo. Y quiero que vos estés tranquila. ¿Quién puede estar tranquilo cuando sabe que en unos minutos verá un sirena? En fin, era mi modo de convencerme de que debía relajarme un poco. No me lo creía, seguía ansioso.
De pronto se abrieron las aguas como en el Mar Rojo de Moisés, se escuchaba el ruido del mar de la vida, el rumor de olitas chiquitas que se escondían tras la tela verde. Silencio… Un breve chapoteo… Y más silencio…
Del mar no se escuchaba casi nada, apenas un murmullo húmedo, hasta que de pronto emergió la sirenita. Única habitante del mar de la vida, dueña de todas nuestras lágrimas. Cuando vi su manita abriéndose paso en el aire del mundo de los hombres, casi me derrumbo, dio una brazada buscando equilibrio para sacar el cuerpito y nos conmovió como si hubiera dado un pase mágico. Estos breves instantes me acompañarán siempre, serán mi motor cuando no tenga más energía, serán mi luz cuando toda luz se haya apagado. Será el recuerdo del momento más feliz de mi vida.
Primero las piernitas, luego aquella manita, el otro brazo, la cabeza. Nuestra niña ya estaba afuera. Ya estaba con nosotros, a ver si podemos hacértela pasar bien. Nos dedicaremos a eso, viviremos por eso. Este mundo puede tener sus detalles, pero encontrando la vuelta, no está tan mal, puede ser maravilloso. Al fin y al cabo es lo que tenemos. Te estábamos esperando sirenita. Bienvenida, Ona. Que seas muy feliz.

RECUERDOS DE LA LUNA

Alrededor de 1978 viajé a la luna.
Fue un viaje interesante, lo desvelo hoy como un secreto largamente guardado, sin dudas la gente recuerda a los Amstrong, Aldrin y Collins que lo hicieron en el 69. Yo lo hice nueve años después. Ellos salieron de Florida y yo de Argentina.
Pero quisiera ir por partes y contarte cómo surgió el proyecto.
Una siesta tremenda, de esas en que parece que la fruta madura de un solo golpe a 40 grados a la sombra, estaba yo en el fondo de la casa de mis abuelos. Sentado en el medio del patio, anotando en una libretita las vueltas que contaba al atleta que giraba en círculos a toda marcha. Se trataba de mi tío Juan, un tipo fantástico, dueño de un sentido del humor inmenso, capaz de hacer reír a un samurai con dolor de muelas. Éste corría enfundado en un traje de plástico azul petróleo que me tenía fascinado; y al ver mi cara de asombro, había coronado magistralmente el uniforme con un casco de moto blanco con un cristal de burbuja. El atuendo poco convencional se debía a no se qué ansias por bajar de peso a fuerza de perder litros de sudor. Él corría y se reía, pero yo estaba muy serio entregado a mi misión de notario.
En un momento le pregunté: Juan, ese traje es de astronauta o me parece a mi? Efectivamente, me dijo, me lo mandaron de Estados Unidos.
Creo que abrí la boca más grande que el león de la metro, no podía creer que la suerte fuera tan oportuna, un tío astronauta, mi sueño al alcance de la mano. Le pregunté si tenía previsto viajar al espacio y me dijo que sí, que muy pronto partiría a la Luna. Y cerró su frase con la pregunta. El mundo entero dejó de sonar, no era capaz de escuchar nada más, solo resonaban en mi cabeza sus últimas palabras: Querés venir?
No hace falta que te diga que me puse a correr detrás de él. La libretita quedó en el suelo, posiblemente tendríamos que pensar en reclutar a otro notario, pero ahora no había tiempo para eso. Ahora había que correr para prepararse.
Exhaustos nos tiramos a la sombra, para reponer el aliento. Era mi momento, debía empezar a saborear mi nueva profesión, entonces le dije: Juan, y a mí cuando me mandan el traje? En una semana, quizás dos. Listo, no dormiría por dos semanas, me veía con el traje yendo al colegio, para habituarme claro. No importaba que me vieran las compañeras y cayeran a los pies del astronauta. Ni que me regalaran cosas en los recreos los muchachos. Seguro serían muchos los que pedirían una piedrita de la luna, pero los tendría que convencer para que desistan. Esto era serio, no se puede pensar en piedritas, pero a esas cosas las sabíamos los astronautas, ellos eran niños.
El estado de excitación fue en incremento, más aún cuando mi tío Juan me recordaba detalles y elementos que debíamos llevar. Sí sí, claro no te preocupes, yo me acordaré de todo.
Una noche de diciembre de 1979, partimos de San Juan, Argentina. Serían las 10 u 11 de la noche, 2200 o 2300 como decimos los astronautas cuando empezó la cuenta regresiva. Cinco, cuatro, tres ,dos, uno… Todo sucedió muy de prisa, volar y perder la gravedad, de pronto flotábamos dentro de la nave riéndonos nerviosos. Llegamos a la Luna muy pronto. Bajamos, pisamos el suelo polvoriento y a lo lejos se veía la Tierra, allí estarán mis padres pensé. Aproveché ese momento para ir a hacer pis, tiré la cadena, volví a la cama y me hizo falta un poco de concentración para volver a la luna. Una experiencia inolvidable, tiene razón Armstrong cuando lo dice.
Después no volvimos a ir. Será que nos hemos olvidado. Si lo conocés a mi tío Juan, decile que te lleve. Y ni se te ocurra decirle que sabés que no es verdad, a él le gusta que sea así. Todas las noches me acuerdo de él, cuando miro la luna pensando que deberá estar llena de tíos Juanes llevando sobrinos a soñar.
Gracias Juan, te debo un pasaje.