ANITA DE LOS DOS PUERTOS

Vivo en una sociedad que tiene una edad mental media de trece años. Una incultura generalizada aberrante, indignante. A la gente le interesa más la vida de los demás que la propia, y más precisamente la vida de la entrepierna de los demás. Muestra de una vaciedad absoluta. Cuando digo incultura, no me siento subido a nada, no me refiero a quienes no tuvieron la oportunidad de estudiar. Mi bisabuela era analfabeta, sin dudas la persona más culta de mi familia. Una mujer que vivió cien vidas juntas.
Anita de los dos puertos, vivió en dos continentes, en dos pueblos. De día estuvo en La Pampa, trajo tres hijas al mundo tras el sonido trepidante del cereal triturado en el inmenso molino harinero de la familia. Las crió con una mano durísima y algún guiño cariñoso, tanto como permitía su soledad. Esa vida de día la llevó luego a San Juan, donde con una mezcla explosiva de tenacidad, sacrificio, esfuerzo, creatividad, viudez y buena memoria; se puso a hacer helados. Los de la otra vida, la vida de noche.
Por las noches Anita vivía otra vida, caminaba por su pueblito natal, justo a la mitad de esa bota que es Italia. Un rinconcito pedregoso que apenas si cambió un poquito en diez siglos. En el centro de la plaza hay una fuente, dos de los chorritos de agua no funcionan. Lo decía siempre ella, hoy lo puede ver cualquiera que pase. Por las noches se iba a Morrovalle, se sentaba junto a su madre, parlaba la sua lingua, corría, saltaba, se vestía de algún color que no fuera su perpetuo negro. Al despertarse se sacudía el polvo marchegiani, se llevaba el pelo hacia atrás y salía a volver a ganarle a la vida. Le torcía el brazo cada día y le decía quien mandaba. Le ganó a la vida por cansancio, la gastó. Un día, que nos íbamos al circo con mis padres, luego de mil batallas, después de haberlo hecho todo y de haberlo vuelto a hacer; ese día nos dio unas golosinas para endulzarnos la función, nos besó en la frente y se fue a su cuarto a apagarse. Le volvió a ganar a la vida. Vive en cada uno de nosotros y nos acompaña, como buena cicerone, cuando alguna noche nos damos una vueltita por Morrovalle.

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