Le tiraron de todo. Ganchos, jabs, uppercuts, directos de izquierda, de derecha; hasta algún codazo se le vino encima alguna vez. De todos modos nada llegaba a puerto, una cintura que se contorneaba bajo el plafond del Luna esquivaba golpes, cabezazos, escupidas, puteadas y un montón de ilusiones de pegarle al campeón.
Nicolino lo esquivó todo. Se le agachó al cuore hace unos meses y se le rió con tres by pass. Hace un par de días el calendario le tiró un 66 y el intocable, con una finta maravillosa, no acusó el golpe.
Hoy el bobo le tiró un directo que le dio de lleno.
Parece que venía cansado evitar tanto ataque, en un round que no terminaba nunca.
Ya está campeón, tranquilo.
Gong
CORAZÓN DE MADERA
Como un fantasma lo ves aparecer detrás de una espesa niebla de aserrín. Apenas se distingue el parpadeo de su inseparable cigarrito mentolado. Por todos lados hay madera, del suelo al techo. Puertas, patas, taquitos, mesas, todo, todo de madera. El Santi tiene madera hasta en la ropa, los bolsillos llenos del polvillo de la madera. Tanta madera, si hasta el corazón tiene de madera.
A veces, siempre, absolutamente siempre, recuerda a su amada mujer, a la que se fue tan pronto hace tan poco, a la que se le agotó la vida justo cuando estaba poniéndose todo más lindo. Cuando esos destellos vienen a su mente, la dorada medalla con la cara de su amada que le cuelga del cuello, pareciera brillar con más ganas. Sus ojos también, se sacuden tanto polvo y se llenan de un brillo húmedo y radiante. Con la humedad, se le hincha el corazón, el de madera, y parece que se le saldrá del pecho.
Soy viudo, me dijo anoche y parecía que se lo decía a sí mismo antes de llegar a la cruel realidad de la casa sola y las ollas frías. El Santi se estaba convenciendo, estaba metiéndole sierra a las ilusiones, martillando sueños, lijando deseos. Adónde podré viajar solo, decía, no se puede andar solo. Y fantasea con esa maravillosa mujer que esperaba para cenar a su hombre con olor a madera. A ese grandote que se erige como un roble y que tantas veces en sus brazos, se desarmó emocionado volviéndose chiquito como un puñadito de piezas de dominó.
Sos de buena madera Santi, te los digo en el idioma que vos mejor entendés: Sabe perfectamente, TOC TOC, que nunca dejaste de pensar en ella, TOC TOC.
A veces, siempre, absolutamente siempre, recuerda a su amada mujer, a la que se fue tan pronto hace tan poco, a la que se le agotó la vida justo cuando estaba poniéndose todo más lindo. Cuando esos destellos vienen a su mente, la dorada medalla con la cara de su amada que le cuelga del cuello, pareciera brillar con más ganas. Sus ojos también, se sacuden tanto polvo y se llenan de un brillo húmedo y radiante. Con la humedad, se le hincha el corazón, el de madera, y parece que se le saldrá del pecho.
Soy viudo, me dijo anoche y parecía que se lo decía a sí mismo antes de llegar a la cruel realidad de la casa sola y las ollas frías. El Santi se estaba convenciendo, estaba metiéndole sierra a las ilusiones, martillando sueños, lijando deseos. Adónde podré viajar solo, decía, no se puede andar solo. Y fantasea con esa maravillosa mujer que esperaba para cenar a su hombre con olor a madera. A ese grandote que se erige como un roble y que tantas veces en sus brazos, se desarmó emocionado volviéndose chiquito como un puñadito de piezas de dominó.
Sos de buena madera Santi, te los digo en el idioma que vos mejor entendés: Sabe perfectamente, TOC TOC, que nunca dejaste de pensar en ella, TOC TOC.
ANITA DE LOS DOS PUERTOS
Vivo en una sociedad que tiene una edad mental media de trece años. Una incultura generalizada aberrante, indignante. A la gente le interesa más la vida de los demás que la propia, y más precisamente la vida de la entrepierna de los demás. Muestra de una vaciedad absoluta. Cuando digo incultura, no me siento subido a nada, no me refiero a quienes no tuvieron la oportunidad de estudiar. Mi bisabuela era analfabeta, sin dudas la persona más culta de mi familia. Una mujer que vivió cien vidas juntas.
Anita de los dos puertos, vivió en dos continentes, en dos pueblos. De día estuvo en La Pampa, trajo tres hijas al mundo tras el sonido trepidante del cereal triturado en el inmenso molino harinero de la familia. Las crió con una mano durísima y algún guiño cariñoso, tanto como permitía su soledad. Esa vida de día la llevó luego a San Juan, donde con una mezcla explosiva de tenacidad, sacrificio, esfuerzo, creatividad, viudez y buena memoria; se puso a hacer helados. Los de la otra vida, la vida de noche.
Por las noches Anita vivía otra vida, caminaba por su pueblito natal, justo a la mitad de esa bota que es Italia. Un rinconcito pedregoso que apenas si cambió un poquito en diez siglos. En el centro de la plaza hay una fuente, dos de los chorritos de agua no funcionan. Lo decía siempre ella, hoy lo puede ver cualquiera que pase. Por las noches se iba a Morrovalle, se sentaba junto a su madre, parlaba la sua lingua, corría, saltaba, se vestía de algún color que no fuera su perpetuo negro. Al despertarse se sacudía el polvo marchegiani, se llevaba el pelo hacia atrás y salía a volver a ganarle a la vida. Le torcía el brazo cada día y le decía quien mandaba. Le ganó a la vida por cansancio, la gastó. Un día, que nos íbamos al circo con mis padres, luego de mil batallas, después de haberlo hecho todo y de haberlo vuelto a hacer; ese día nos dio unas golosinas para endulzarnos la función, nos besó en la frente y se fue a su cuarto a apagarse. Le volvió a ganar a la vida. Vive en cada uno de nosotros y nos acompaña, como buena cicerone, cuando alguna noche nos damos una vueltita por Morrovalle.
Anita de los dos puertos, vivió en dos continentes, en dos pueblos. De día estuvo en La Pampa, trajo tres hijas al mundo tras el sonido trepidante del cereal triturado en el inmenso molino harinero de la familia. Las crió con una mano durísima y algún guiño cariñoso, tanto como permitía su soledad. Esa vida de día la llevó luego a San Juan, donde con una mezcla explosiva de tenacidad, sacrificio, esfuerzo, creatividad, viudez y buena memoria; se puso a hacer helados. Los de la otra vida, la vida de noche.
Por las noches Anita vivía otra vida, caminaba por su pueblito natal, justo a la mitad de esa bota que es Italia. Un rinconcito pedregoso que apenas si cambió un poquito en diez siglos. En el centro de la plaza hay una fuente, dos de los chorritos de agua no funcionan. Lo decía siempre ella, hoy lo puede ver cualquiera que pase. Por las noches se iba a Morrovalle, se sentaba junto a su madre, parlaba la sua lingua, corría, saltaba, se vestía de algún color que no fuera su perpetuo negro. Al despertarse se sacudía el polvo marchegiani, se llevaba el pelo hacia atrás y salía a volver a ganarle a la vida. Le torcía el brazo cada día y le decía quien mandaba. Le ganó a la vida por cansancio, la gastó. Un día, que nos íbamos al circo con mis padres, luego de mil batallas, después de haberlo hecho todo y de haberlo vuelto a hacer; ese día nos dio unas golosinas para endulzarnos la función, nos besó en la frente y se fue a su cuarto a apagarse. Le volvió a ganar a la vida. Vive en cada uno de nosotros y nos acompaña, como buena cicerone, cuando alguna noche nos damos una vueltita por Morrovalle.
MALA COMPAÑERA
Hola aquí estoy de nuevo, soy tu eterna compañera. Nací el día que tus padres empezaron a compararte con otros niños, me hice más fuerte cuando te importó perder a aquella chica en brazos de otro.
Todos los días de tu vida estaré contigo, en todo lo que hagas. Cuando tu cara empiece a armar una sonrisa, te daré un cachetazo. Te llenaré de recuerdos, no te dejaré dormir por las noches. Seré todo para ti, estaré encima de tus deseos, todo se cubrirá con mi color, jamás algo podrá gustarte del todo, yo haré que le falte un poco a todo lo que tengas.
Te apretaré las sienes, no te dejaré disfrutar, me encargaré de tu felicidad, para siempre una mitad será tuya y la otra mitad será mía. Te haré indeseable, comandaré cada acto, ya nadie querrá estar contigo. Porque eres mío, porque serás solo para mi. Porque no te soltaré, te llevaré por dondequiera, no volverás a decidir nunca jamás.
Eres mío. Lo serás por siempre. Ya es un hecho, no te resistas. Ahora duerme, despídete hasta mañana, dime adiós. Llámame por mi nombre, dime, adiós Envidia, hasta mañana.
Todos los días de tu vida estaré contigo, en todo lo que hagas. Cuando tu cara empiece a armar una sonrisa, te daré un cachetazo. Te llenaré de recuerdos, no te dejaré dormir por las noches. Seré todo para ti, estaré encima de tus deseos, todo se cubrirá con mi color, jamás algo podrá gustarte del todo, yo haré que le falte un poco a todo lo que tengas.
Te apretaré las sienes, no te dejaré disfrutar, me encargaré de tu felicidad, para siempre una mitad será tuya y la otra mitad será mía. Te haré indeseable, comandaré cada acto, ya nadie querrá estar contigo. Porque eres mío, porque serás solo para mi. Porque no te soltaré, te llevaré por dondequiera, no volverás a decidir nunca jamás.
Eres mío. Lo serás por siempre. Ya es un hecho, no te resistas. Ahora duerme, despídete hasta mañana, dime adiós. Llámame por mi nombre, dime, adiós Envidia, hasta mañana.
UNO, CADA UNO Y CADA CUAL
Basta cerrar los ojos, concentrarse en sus deseos y decidir ser quien uno se proponga.
Uno puede ser bombero y apagar todos los fuegos, liberar a la gente de su trampa de hierros y cemento. Ser cada día un héroe anónimo, un ángel guardián, entregándose entero sin condiciones ni intereses.
Uno puede ser científico, buscar la solución a las enfermedades, desarrollar vacunas que se suelten en el aire y no haga falta una sola moneda nunca más para administrar medicamentos.
Uno puede ser aviador y cruzar todos los cielos del mundo con una nave en las manos. Llevando, entre un montón de asientos, sueños, ilusiones, adioses, proyectos, penas, alegrías, amistad, soledad, amor. Yendo cientos de historias a la ida y trayendo otras cientos a la vuelta.
Uno puede ser escritor y gozar con locura en el momento sublime en que la roja sangre se vuelve azul en el trazo de la pluma. Cuando se vuelca el alma en el papel y se entregan hojas y hojas de sueños. Historias fantásticas para los pequeños, escritas en papel rosado para las adolescentes encantadas. Puede llevar relatos tórridos y complejas vidas, para lectores aburridos.
Uno puede ser maestro y llenarse el corazón de alegría en el momento de enseñar las primeras palabras a un montón de pares de ojos brillantes, agradecidos. Acompañando los pasos hacia el saber de quienes serán nuestro futuro, nuestra mayor esperanza.
Uno puede ser lo que quiera, puede ser gigante o enanito. Gordo o flaco, negro o blanco; o rojo o azul. Lo que quiera.
Pero jamás, nunca, en toda su vida podrá ser nada de nada, nada dividido en mil millones, nada menos nada; si antes no ha decidido: ser uno mismo.
Uno puede ser bombero y apagar todos los fuegos, liberar a la gente de su trampa de hierros y cemento. Ser cada día un héroe anónimo, un ángel guardián, entregándose entero sin condiciones ni intereses.
Uno puede ser científico, buscar la solución a las enfermedades, desarrollar vacunas que se suelten en el aire y no haga falta una sola moneda nunca más para administrar medicamentos.
Uno puede ser aviador y cruzar todos los cielos del mundo con una nave en las manos. Llevando, entre un montón de asientos, sueños, ilusiones, adioses, proyectos, penas, alegrías, amistad, soledad, amor. Yendo cientos de historias a la ida y trayendo otras cientos a la vuelta.
Uno puede ser escritor y gozar con locura en el momento sublime en que la roja sangre se vuelve azul en el trazo de la pluma. Cuando se vuelca el alma en el papel y se entregan hojas y hojas de sueños. Historias fantásticas para los pequeños, escritas en papel rosado para las adolescentes encantadas. Puede llevar relatos tórridos y complejas vidas, para lectores aburridos.
Uno puede ser maestro y llenarse el corazón de alegría en el momento de enseñar las primeras palabras a un montón de pares de ojos brillantes, agradecidos. Acompañando los pasos hacia el saber de quienes serán nuestro futuro, nuestra mayor esperanza.
Uno puede ser lo que quiera, puede ser gigante o enanito. Gordo o flaco, negro o blanco; o rojo o azul. Lo que quiera.
Pero jamás, nunca, en toda su vida podrá ser nada de nada, nada dividido en mil millones, nada menos nada; si antes no ha decidido: ser uno mismo.
PALTAS
Estoy sentado a la sombra fresca de un par de árboles frondosos. El papel en mis manos se ha vuelto verde clarito por el reflejo de tantas hojas, de tantos frutos. Son árboles de palta (aguacate), siempre deben estar en pareja. Esta especie es tan parecida a nosotros, solo dan frutos si hay dos juntos. Y lo curioso, lo que los hace más parecidos a nosotros, es que no siempre es fructífera la unión, solo lo hacen si hay compatibilidad. Algunas parejas de paltos pasan una vida de compañía sin el menor atisbo de una sola palta. Otras se doblan enteras cada temporada regalando el oro verde de sus ramas.
Es un árbol que sintetiza la relación de dos. Es fascinante, motivador al menos.
Me lleva a pensar en el origen de estos que me acogen hoy a sus pies. Veo las manos de ella eligiendo de una canasta las paltas más turgentes, las que prometían una carne más mantecosa. Las corta en la cocina con un cariño incomparable, va retirando la pulpa del interior, reservando la redonda semilla. Un tesoro marrón que inverna en el interior de ese huevo verde. Prepara ensaladas con una parte, pisa la otra con delicadeza para dejarla en un puré muy suave de color verde pálido que invita a meter un dedo, o dos.
Con las semillas inicia un ritual de semanas en agua, de un cazo al otro, cambiando el líquido, cuidándolas y hasta hablándoles de vez en cuando. Cuando dan su espigada plantita, ella las lleva al jardín, a ese rincón que tiene reservado. Con delicadeza y emoción les da la bienvenida a su jungla en miniatura. Serán compañía por un largo tiempo, serán la vista desde su ventana en tardes grises de invierno. Serán alimento para todos los que tengan la enorme fortuna de cobijarse bajo su techo.
Es una hermosa historia de amor, una historia más en la vida de esta mujer que va esparciendo su amor por el mundo. Va dejando sus frutos a cada paso. Justamente uno de sus frutos está entre la sombra y el papel recordando de donde vinieron estos paltos al jardín.
Gracias mamá.
Es un árbol que sintetiza la relación de dos. Es fascinante, motivador al menos.
Me lleva a pensar en el origen de estos que me acogen hoy a sus pies. Veo las manos de ella eligiendo de una canasta las paltas más turgentes, las que prometían una carne más mantecosa. Las corta en la cocina con un cariño incomparable, va retirando la pulpa del interior, reservando la redonda semilla. Un tesoro marrón que inverna en el interior de ese huevo verde. Prepara ensaladas con una parte, pisa la otra con delicadeza para dejarla en un puré muy suave de color verde pálido que invita a meter un dedo, o dos.
Con las semillas inicia un ritual de semanas en agua, de un cazo al otro, cambiando el líquido, cuidándolas y hasta hablándoles de vez en cuando. Cuando dan su espigada plantita, ella las lleva al jardín, a ese rincón que tiene reservado. Con delicadeza y emoción les da la bienvenida a su jungla en miniatura. Serán compañía por un largo tiempo, serán la vista desde su ventana en tardes grises de invierno. Serán alimento para todos los que tengan la enorme fortuna de cobijarse bajo su techo.
Es una hermosa historia de amor, una historia más en la vida de esta mujer que va esparciendo su amor por el mundo. Va dejando sus frutos a cada paso. Justamente uno de sus frutos está entre la sombra y el papel recordando de donde vinieron estos paltos al jardín.
Gracias mamá.
EL VECINO DE ORION
Febrero regalaba un naranja suave que venía del azul más diáfano que se pueda imaginar. El naranja se fundía en redondeles como los que hace el pincel de acuarela en el vaso de agua y suave, acompasado, se convertía en violeta.
De repente estaba envuelto en uno de esos momentos en que la magia parece venir a apoderarse de todo y de todos. El momento justo en que el sol da su guiño, cuando la noche aprovecha y se le abalanza como una pantera para cegarlo definitivamente. Son dos segundos, un abrir y cerrar de ojos y la señora noche cubre con su capa todo el sol con un golpe de cadera de cabaret. Es el atardecer un momento increíble. Un instante que nos llena de emoción, que nos enseña que no sabemos nada de colores. Y al otro día vuelve a mostrarnos que no aprendimos nada, que jamás sabremos nada de colores. Si algún día nos parece que ya no hay qué nos sorprenda, siempre tendremos un atardecer más.
Ribetes pálidos en un horizonte que perdió la pulseada, la noche promete llegar de un momento a otro. Estoy ansioso esperando ese instante. He pasado todo este rato extasiado con los caprichos del color, para llegar a mi encuentro.
Comienza todo cuando las primeras estrellas parpadean aún como desperezándose. Cuando los diamantes tirados al azar sobre el terciopelo negro van ocupando su lugar. De pronto veo a mi izquierda que se ha terminado de armar el cinturón de Orión. Esa es la que esperaba, la estrella de abajo, la del pie, es mi preferida. Allí vive un amigo mío, un queridísimo amigo. Un ser especial, revoltoso, dueño de una vitalidad envidiable. De esos tipos que rara vez te cruzas en la vida y parece que quieren vivir diez vidas en una sola. Se que vive allí, en la estrella más baja de Orión, porque cada vez que pasé por un momento difícil lo tuve para pedirle que me echara una mano. Para que me ayudara a aclararme, para que conversara conmigo un rato. Este tipazo vivió sus diez vidas en una sola y muy joven se fue a vivir a aquella estrella. Fue mi primera gran pérdida, fue el momento en que descubrí que todo puede pasar. Que los vientos pueden girar y se vuela todo al revés. Que cuando las cosas se vuelan no se puede salir corriendo detrás, el viento es veloz. Y un chico en la alborada de su vida nos dice adiós, que se va a vivir a una estrella, que elijamos cual. Cuando veo que el sol se torna más rojizo, cuando percibo esa brumilla que se le cuela por los costados, dejo lo que esté haciendo, no importa que sea, jamás será más importante; y me siento un momento a esperar a mi primo. Lo saludo, le guiño un ojo y sigo con lo mío. Cuando veas un sol rojizo, siéntate un instante, siempre tendrás una estrella para poner un amigo. No se, pero me da la sensación de que puede estar más contento allí. O seré yo, no lo se.
De repente estaba envuelto en uno de esos momentos en que la magia parece venir a apoderarse de todo y de todos. El momento justo en que el sol da su guiño, cuando la noche aprovecha y se le abalanza como una pantera para cegarlo definitivamente. Son dos segundos, un abrir y cerrar de ojos y la señora noche cubre con su capa todo el sol con un golpe de cadera de cabaret. Es el atardecer un momento increíble. Un instante que nos llena de emoción, que nos enseña que no sabemos nada de colores. Y al otro día vuelve a mostrarnos que no aprendimos nada, que jamás sabremos nada de colores. Si algún día nos parece que ya no hay qué nos sorprenda, siempre tendremos un atardecer más.
Ribetes pálidos en un horizonte que perdió la pulseada, la noche promete llegar de un momento a otro. Estoy ansioso esperando ese instante. He pasado todo este rato extasiado con los caprichos del color, para llegar a mi encuentro.
Comienza todo cuando las primeras estrellas parpadean aún como desperezándose. Cuando los diamantes tirados al azar sobre el terciopelo negro van ocupando su lugar. De pronto veo a mi izquierda que se ha terminado de armar el cinturón de Orión. Esa es la que esperaba, la estrella de abajo, la del pie, es mi preferida. Allí vive un amigo mío, un queridísimo amigo. Un ser especial, revoltoso, dueño de una vitalidad envidiable. De esos tipos que rara vez te cruzas en la vida y parece que quieren vivir diez vidas en una sola. Se que vive allí, en la estrella más baja de Orión, porque cada vez que pasé por un momento difícil lo tuve para pedirle que me echara una mano. Para que me ayudara a aclararme, para que conversara conmigo un rato. Este tipazo vivió sus diez vidas en una sola y muy joven se fue a vivir a aquella estrella. Fue mi primera gran pérdida, fue el momento en que descubrí que todo puede pasar. Que los vientos pueden girar y se vuela todo al revés. Que cuando las cosas se vuelan no se puede salir corriendo detrás, el viento es veloz. Y un chico en la alborada de su vida nos dice adiós, que se va a vivir a una estrella, que elijamos cual. Cuando veo que el sol se torna más rojizo, cuando percibo esa brumilla que se le cuela por los costados, dejo lo que esté haciendo, no importa que sea, jamás será más importante; y me siento un momento a esperar a mi primo. Lo saludo, le guiño un ojo y sigo con lo mío. Cuando veas un sol rojizo, siéntate un instante, siempre tendrás una estrella para poner un amigo. No se, pero me da la sensación de que puede estar más contento allí. O seré yo, no lo se.
NOELINA
Estamos todos tan contentos alrededor de la mesa. Esta noche ninguno se enojará, las diferencias se dejarán de lado para dar paso a la unión, la comprensión. Se puede sentir el espíritu que compratimos todos. A mi madre se la ve orgullosa, ha logrado tener una familia unida a fuerza de ejemplo y trabajo diario. Mi padre se enreda en todas las charlas de la mesa, podría responder cien preguntas al mismo tiempo.
Es la navidad de 1997, son como las diez de la noche, las copas están listas.
¿Recuerdas dónde estabas tú esa noche?
Te contaré donde estaba una amiga, una buena amiga.
Esa misma noche de navidad, la del 97, mi amiga acababa de nacer. Seguro fue por la tarde, serían las siete. Con poco más de tres horas de aire en sus pulmoncitos, la dejaron en la puerta del horfanato de su siempre cálida Calcuta natal. Por llegar la noche de navidad, le pusieron Noelina. Así se llama esta ardillita de un escaso metro de estatura.
Nació en la India, lleva el color de su origen en la piel. Ella dice que es marrón y despierta risas. Dice que le encanta la música y despierta ternura. Dice que quiere a sus padres con todo su corazón y despierta un montón de lágrimas en nuestros ojos.
Sus padres son unos grandísimos amigos, dos soñadores que se cruzaron el mundo para dar un poco más de vida. Que fueron contra viento y marea a buscar a su hija. A traerla al hogar, a darle una nueva oportunidad. Fueron a apostar por la vida, a regalar, como siempre hacen, todo su amor.
Cada Navidad, brindo con dos copas y te invito a ti a hacerlo. Una para brindar con mi familia, la otra para desearle feliz cumpleaños a esta ardillita que descubrió la vida, después de la vida.
Es la navidad de 1997, son como las diez de la noche, las copas están listas.
¿Recuerdas dónde estabas tú esa noche?
Te contaré donde estaba una amiga, una buena amiga.
Esa misma noche de navidad, la del 97, mi amiga acababa de nacer. Seguro fue por la tarde, serían las siete. Con poco más de tres horas de aire en sus pulmoncitos, la dejaron en la puerta del horfanato de su siempre cálida Calcuta natal. Por llegar la noche de navidad, le pusieron Noelina. Así se llama esta ardillita de un escaso metro de estatura.
Nació en la India, lleva el color de su origen en la piel. Ella dice que es marrón y despierta risas. Dice que le encanta la música y despierta ternura. Dice que quiere a sus padres con todo su corazón y despierta un montón de lágrimas en nuestros ojos.
Sus padres son unos grandísimos amigos, dos soñadores que se cruzaron el mundo para dar un poco más de vida. Que fueron contra viento y marea a buscar a su hija. A traerla al hogar, a darle una nueva oportunidad. Fueron a apostar por la vida, a regalar, como siempre hacen, todo su amor.
Cada Navidad, brindo con dos copas y te invito a ti a hacerlo. Una para brindar con mi familia, la otra para desearle feliz cumpleaños a esta ardillita que descubrió la vida, después de la vida.
EL MILAGRO DE LA SIRENITA
Y un día, se produjo el milagro.
Es que los milagros se dan así, como un suspiro, una brisita que llega por una ventana del cielo que se dejó abierta un ángel distraído en pleno vuelo.
Nosotros estábamos de la mano, nos las apretábamos con una mezcla fantástica de ternura y fuerza. Era el instante en que nos convertiríamos en dueños del mundo, el momento en que no nos importaría nada más, pasase lo que pasase solo pensaríamos en nosotros. Es curioso, pero a nosotros nos cuesta pensar solo en nosotros, no lo había pensado.
Decía que el milagro estaba gestándose, de un momento a otro nos llenaría de luz. Una cara con ojos tan emocionados como asustados, me miraba diciéndome sin decir: Solo espero que todo vaya bien, que salga todo como esperamos, nada más. Claro –contestaba yo, sin hablar- saldrá todo bien, es todo lo que deseo. Y quiero que vos estés tranquila. ¿Quién puede estar tranquilo cuando sabe que en unos minutos verá un sirena? En fin, era mi modo de convencerme de que debía relajarme un poco. No me lo creía, seguía ansioso.
De pronto se abrieron las aguas como en el Mar Rojo de Moisés, se escuchaba el ruido del mar de la vida, el rumor de olitas chiquitas que se escondían tras la tela verde. Silencio… Un breve chapoteo… Y más silencio…
Del mar no se escuchaba casi nada, apenas un murmullo húmedo, hasta que de pronto emergió la sirenita. Única habitante del mar de la vida, dueña de todas nuestras lágrimas. Cuando vi su manita abriéndose paso en el aire del mundo de los hombres, casi me derrumbo, dio una brazada buscando equilibrio para sacar el cuerpito y nos conmovió como si hubiera dado un pase mágico. Estos breves instantes me acompañarán siempre, serán mi motor cuando no tenga más energía, serán mi luz cuando toda luz se haya apagado. Será el recuerdo del momento más feliz de mi vida.
Primero las piernitas, luego aquella manita, el otro brazo, la cabeza. Nuestra niña ya estaba afuera. Ya estaba con nosotros, a ver si podemos hacértela pasar bien. Nos dedicaremos a eso, viviremos por eso. Este mundo puede tener sus detalles, pero encontrando la vuelta, no está tan mal, puede ser maravilloso. Al fin y al cabo es lo que tenemos. Te estábamos esperando sirenita. Bienvenida, Ona. Que seas muy feliz.
Es que los milagros se dan así, como un suspiro, una brisita que llega por una ventana del cielo que se dejó abierta un ángel distraído en pleno vuelo.
Nosotros estábamos de la mano, nos las apretábamos con una mezcla fantástica de ternura y fuerza. Era el instante en que nos convertiríamos en dueños del mundo, el momento en que no nos importaría nada más, pasase lo que pasase solo pensaríamos en nosotros. Es curioso, pero a nosotros nos cuesta pensar solo en nosotros, no lo había pensado.
Decía que el milagro estaba gestándose, de un momento a otro nos llenaría de luz. Una cara con ojos tan emocionados como asustados, me miraba diciéndome sin decir: Solo espero que todo vaya bien, que salga todo como esperamos, nada más. Claro –contestaba yo, sin hablar- saldrá todo bien, es todo lo que deseo. Y quiero que vos estés tranquila. ¿Quién puede estar tranquilo cuando sabe que en unos minutos verá un sirena? En fin, era mi modo de convencerme de que debía relajarme un poco. No me lo creía, seguía ansioso.
De pronto se abrieron las aguas como en el Mar Rojo de Moisés, se escuchaba el ruido del mar de la vida, el rumor de olitas chiquitas que se escondían tras la tela verde. Silencio… Un breve chapoteo… Y más silencio…
Del mar no se escuchaba casi nada, apenas un murmullo húmedo, hasta que de pronto emergió la sirenita. Única habitante del mar de la vida, dueña de todas nuestras lágrimas. Cuando vi su manita abriéndose paso en el aire del mundo de los hombres, casi me derrumbo, dio una brazada buscando equilibrio para sacar el cuerpito y nos conmovió como si hubiera dado un pase mágico. Estos breves instantes me acompañarán siempre, serán mi motor cuando no tenga más energía, serán mi luz cuando toda luz se haya apagado. Será el recuerdo del momento más feliz de mi vida.
Primero las piernitas, luego aquella manita, el otro brazo, la cabeza. Nuestra niña ya estaba afuera. Ya estaba con nosotros, a ver si podemos hacértela pasar bien. Nos dedicaremos a eso, viviremos por eso. Este mundo puede tener sus detalles, pero encontrando la vuelta, no está tan mal, puede ser maravilloso. Al fin y al cabo es lo que tenemos. Te estábamos esperando sirenita. Bienvenida, Ona. Que seas muy feliz.
RECUERDOS DE LA LUNA
Alrededor de 1978 viajé a la luna.
Fue un viaje interesante, lo desvelo hoy como un secreto largamente guardado, sin dudas la gente recuerda a los Amstrong, Aldrin y Collins que lo hicieron en el 69. Yo lo hice nueve años después. Ellos salieron de Florida y yo de Argentina.
Pero quisiera ir por partes y contarte cómo surgió el proyecto.
Una siesta tremenda, de esas en que parece que la fruta madura de un solo golpe a 40 grados a la sombra, estaba yo en el fondo de la casa de mis abuelos. Sentado en el medio del patio, anotando en una libretita las vueltas que contaba al atleta que giraba en círculos a toda marcha. Se trataba de mi tío Juan, un tipo fantástico, dueño de un sentido del humor inmenso, capaz de hacer reír a un samurai con dolor de muelas. Éste corría enfundado en un traje de plástico azul petróleo que me tenía fascinado; y al ver mi cara de asombro, había coronado magistralmente el uniforme con un casco de moto blanco con un cristal de burbuja. El atuendo poco convencional se debía a no se qué ansias por bajar de peso a fuerza de perder litros de sudor. Él corría y se reía, pero yo estaba muy serio entregado a mi misión de notario.
En un momento le pregunté: Juan, ese traje es de astronauta o me parece a mi? Efectivamente, me dijo, me lo mandaron de Estados Unidos.
Creo que abrí la boca más grande que el león de la metro, no podía creer que la suerte fuera tan oportuna, un tío astronauta, mi sueño al alcance de la mano. Le pregunté si tenía previsto viajar al espacio y me dijo que sí, que muy pronto partiría a la Luna. Y cerró su frase con la pregunta. El mundo entero dejó de sonar, no era capaz de escuchar nada más, solo resonaban en mi cabeza sus últimas palabras: Querés venir?
No hace falta que te diga que me puse a correr detrás de él. La libretita quedó en el suelo, posiblemente tendríamos que pensar en reclutar a otro notario, pero ahora no había tiempo para eso. Ahora había que correr para prepararse.
Exhaustos nos tiramos a la sombra, para reponer el aliento. Era mi momento, debía empezar a saborear mi nueva profesión, entonces le dije: Juan, y a mí cuando me mandan el traje? En una semana, quizás dos. Listo, no dormiría por dos semanas, me veía con el traje yendo al colegio, para habituarme claro. No importaba que me vieran las compañeras y cayeran a los pies del astronauta. Ni que me regalaran cosas en los recreos los muchachos. Seguro serían muchos los que pedirían una piedrita de la luna, pero los tendría que convencer para que desistan. Esto era serio, no se puede pensar en piedritas, pero a esas cosas las sabíamos los astronautas, ellos eran niños.
El estado de excitación fue en incremento, más aún cuando mi tío Juan me recordaba detalles y elementos que debíamos llevar. Sí sí, claro no te preocupes, yo me acordaré de todo.
Una noche de diciembre de 1979, partimos de San Juan, Argentina. Serían las 10 u 11 de la noche, 2200 o 2300 como decimos los astronautas cuando empezó la cuenta regresiva. Cinco, cuatro, tres ,dos, uno… Todo sucedió muy de prisa, volar y perder la gravedad, de pronto flotábamos dentro de la nave riéndonos nerviosos. Llegamos a la Luna muy pronto. Bajamos, pisamos el suelo polvoriento y a lo lejos se veía la Tierra, allí estarán mis padres pensé. Aproveché ese momento para ir a hacer pis, tiré la cadena, volví a la cama y me hizo falta un poco de concentración para volver a la luna. Una experiencia inolvidable, tiene razón Armstrong cuando lo dice.
Después no volvimos a ir. Será que nos hemos olvidado. Si lo conocés a mi tío Juan, decile que te lleve. Y ni se te ocurra decirle que sabés que no es verdad, a él le gusta que sea así. Todas las noches me acuerdo de él, cuando miro la luna pensando que deberá estar llena de tíos Juanes llevando sobrinos a soñar.
Gracias Juan, te debo un pasaje.
Fue un viaje interesante, lo desvelo hoy como un secreto largamente guardado, sin dudas la gente recuerda a los Amstrong, Aldrin y Collins que lo hicieron en el 69. Yo lo hice nueve años después. Ellos salieron de Florida y yo de Argentina.
Pero quisiera ir por partes y contarte cómo surgió el proyecto.
Una siesta tremenda, de esas en que parece que la fruta madura de un solo golpe a 40 grados a la sombra, estaba yo en el fondo de la casa de mis abuelos. Sentado en el medio del patio, anotando en una libretita las vueltas que contaba al atleta que giraba en círculos a toda marcha. Se trataba de mi tío Juan, un tipo fantástico, dueño de un sentido del humor inmenso, capaz de hacer reír a un samurai con dolor de muelas. Éste corría enfundado en un traje de plástico azul petróleo que me tenía fascinado; y al ver mi cara de asombro, había coronado magistralmente el uniforme con un casco de moto blanco con un cristal de burbuja. El atuendo poco convencional se debía a no se qué ansias por bajar de peso a fuerza de perder litros de sudor. Él corría y se reía, pero yo estaba muy serio entregado a mi misión de notario.
En un momento le pregunté: Juan, ese traje es de astronauta o me parece a mi? Efectivamente, me dijo, me lo mandaron de Estados Unidos.
Creo que abrí la boca más grande que el león de la metro, no podía creer que la suerte fuera tan oportuna, un tío astronauta, mi sueño al alcance de la mano. Le pregunté si tenía previsto viajar al espacio y me dijo que sí, que muy pronto partiría a la Luna. Y cerró su frase con la pregunta. El mundo entero dejó de sonar, no era capaz de escuchar nada más, solo resonaban en mi cabeza sus últimas palabras: Querés venir?
No hace falta que te diga que me puse a correr detrás de él. La libretita quedó en el suelo, posiblemente tendríamos que pensar en reclutar a otro notario, pero ahora no había tiempo para eso. Ahora había que correr para prepararse.
Exhaustos nos tiramos a la sombra, para reponer el aliento. Era mi momento, debía empezar a saborear mi nueva profesión, entonces le dije: Juan, y a mí cuando me mandan el traje? En una semana, quizás dos. Listo, no dormiría por dos semanas, me veía con el traje yendo al colegio, para habituarme claro. No importaba que me vieran las compañeras y cayeran a los pies del astronauta. Ni que me regalaran cosas en los recreos los muchachos. Seguro serían muchos los que pedirían una piedrita de la luna, pero los tendría que convencer para que desistan. Esto era serio, no se puede pensar en piedritas, pero a esas cosas las sabíamos los astronautas, ellos eran niños.
El estado de excitación fue en incremento, más aún cuando mi tío Juan me recordaba detalles y elementos que debíamos llevar. Sí sí, claro no te preocupes, yo me acordaré de todo.
Una noche de diciembre de 1979, partimos de San Juan, Argentina. Serían las 10 u 11 de la noche, 2200 o 2300 como decimos los astronautas cuando empezó la cuenta regresiva. Cinco, cuatro, tres ,dos, uno… Todo sucedió muy de prisa, volar y perder la gravedad, de pronto flotábamos dentro de la nave riéndonos nerviosos. Llegamos a la Luna muy pronto. Bajamos, pisamos el suelo polvoriento y a lo lejos se veía la Tierra, allí estarán mis padres pensé. Aproveché ese momento para ir a hacer pis, tiré la cadena, volví a la cama y me hizo falta un poco de concentración para volver a la luna. Una experiencia inolvidable, tiene razón Armstrong cuando lo dice.
Después no volvimos a ir. Será que nos hemos olvidado. Si lo conocés a mi tío Juan, decile que te lleve. Y ni se te ocurra decirle que sabés que no es verdad, a él le gusta que sea así. Todas las noches me acuerdo de él, cuando miro la luna pensando que deberá estar llena de tíos Juanes llevando sobrinos a soñar.
Gracias Juan, te debo un pasaje.
EL HUERTO DE LAS SONRISAS
Tengo un amigo que es dueño de todo el mundo.
Camina entre las berenjenas con la cautela de un equilibrista, pone cuidadoso un pie delante del otro. Se le meten terrones de tierra fértil por la boca de la zapatilla y pareciera que lo disfrutara más. De un salto de los suyos, de esos saltos de atleta octogenario, se enfila entre los pimientos; rojos, verdes, rojos, verdes. Gira a la derecha y se sumerge en un océano de cebollas, el mar verde azulado le acaricia las rodillas, él camina mirando hacia el cielo, pero es incapaz de pisar una sola planta. Más adelante están los ajos que se agitan a su paso como si quisieran hacerle cosquillas para darle la bienvenida.
Así son las mañanas de mi amigo Joan, el bisabuelo de mi hija. Un catalán de piel dorada que reparte sonrisas con la misma generosidad que tira semillas en los surcos o riega las plantitas lleno de esperanza. En su huerto tiene los mejores melocotones del mundo, los mismísimos que merecieran el halago de Johan Cruyf, la medalla que ostenta el Joan desde hace años. También tiene manzanas que le pesan a las ramas de unos árboles que casi tienen su misma edad. Unas peras por allí, uvas, lechugas, alcachofas. Tiene unas perras que lo adoran, un ejército de gatos que a su llamado vienen en tropel como el séptimo de gatería. Le gustan tanto sus amigos que hasta tiene un pez grandote y gris al que le da pan en la boca.
Lo tiene todo allí, en su hectárea. En su mundo. Dueño de todo el mundo, poseedor de una sonrisa que te puede cortar, en un solo segundo, años de angustia.
Hoy vino a traerle sus cerezas a su nieta, dejó la bolsita, se rió un poco y se fue como solo él sabe irse, caminando con la certeza de que va por el camino correcto. Estaba apurado, tenía que volver al mundo, adonde reina la flor, vuelan los ladridos y él se gira y se ríe con un melocotón, de los de Cruyf, rezumando sus lágrimas rosadas que se le cuelan al Joan entre los dedos. Lágrimas de risa, claro.
Camina entre las berenjenas con la cautela de un equilibrista, pone cuidadoso un pie delante del otro. Se le meten terrones de tierra fértil por la boca de la zapatilla y pareciera que lo disfrutara más. De un salto de los suyos, de esos saltos de atleta octogenario, se enfila entre los pimientos; rojos, verdes, rojos, verdes. Gira a la derecha y se sumerge en un océano de cebollas, el mar verde azulado le acaricia las rodillas, él camina mirando hacia el cielo, pero es incapaz de pisar una sola planta. Más adelante están los ajos que se agitan a su paso como si quisieran hacerle cosquillas para darle la bienvenida.
Así son las mañanas de mi amigo Joan, el bisabuelo de mi hija. Un catalán de piel dorada que reparte sonrisas con la misma generosidad que tira semillas en los surcos o riega las plantitas lleno de esperanza. En su huerto tiene los mejores melocotones del mundo, los mismísimos que merecieran el halago de Johan Cruyf, la medalla que ostenta el Joan desde hace años. También tiene manzanas que le pesan a las ramas de unos árboles que casi tienen su misma edad. Unas peras por allí, uvas, lechugas, alcachofas. Tiene unas perras que lo adoran, un ejército de gatos que a su llamado vienen en tropel como el séptimo de gatería. Le gustan tanto sus amigos que hasta tiene un pez grandote y gris al que le da pan en la boca.
Lo tiene todo allí, en su hectárea. En su mundo. Dueño de todo el mundo, poseedor de una sonrisa que te puede cortar, en un solo segundo, años de angustia.
Hoy vino a traerle sus cerezas a su nieta, dejó la bolsita, se rió un poco y se fue como solo él sabe irse, caminando con la certeza de que va por el camino correcto. Estaba apurado, tenía que volver al mundo, adonde reina la flor, vuelan los ladridos y él se gira y se ríe con un melocotón, de los de Cruyf, rezumando sus lágrimas rosadas que se le cuelan al Joan entre los dedos. Lágrimas de risa, claro.
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Clin clin, clin clin…
Serán las tres de la tarde, estoy sentado en la galería de mi casa, tengo seis años y la lluvia canta sobre el techo de chapa. Clin clin, clin clin…
El olor de la tierra mojada se me ocurre hoy entrañable, quisiera sentirlo ahora mismo y que se quedara de fondo para siempre. Clin clin, clin clin… He visto tantas lluvias, veré tantas también. Me fascina la lluvia, con un pequeño esfuerzo podría acordarme de cada una, de cada lluvia que vi en mi vida. He visto llover en los sitios más distantes. Vi tormentas en el Amazonas, tímidas lluviecitas que a duras penas parecían un estornudo sobre el desierto. Estuve horas gozando bajo la lluvia con el mar andaluz a la cintura. He caminado kilómetros bajo una cortina plateada que caía incesante. He reído como loco cuando parecía que el cielo entero se derramaba sobre San Marcos Sierras.
A veces veo una nube perdida deambulando por aquí y quisiera poder pedirle que se vaya a San Juan, a la casa de la esquina y que si ve un niño sentado en la galería le cante: Clin clin, clin clin…
De ella también depende que algún día sea un hombre lleno de felices recuerdos.
Serán las tres de la tarde, estoy sentado en la galería de mi casa, tengo seis años y la lluvia canta sobre el techo de chapa. Clin clin, clin clin…
El olor de la tierra mojada se me ocurre hoy entrañable, quisiera sentirlo ahora mismo y que se quedara de fondo para siempre. Clin clin, clin clin… He visto tantas lluvias, veré tantas también. Me fascina la lluvia, con un pequeño esfuerzo podría acordarme de cada una, de cada lluvia que vi en mi vida. He visto llover en los sitios más distantes. Vi tormentas en el Amazonas, tímidas lluviecitas que a duras penas parecían un estornudo sobre el desierto. Estuve horas gozando bajo la lluvia con el mar andaluz a la cintura. He caminado kilómetros bajo una cortina plateada que caía incesante. He reído como loco cuando parecía que el cielo entero se derramaba sobre San Marcos Sierras.
A veces veo una nube perdida deambulando por aquí y quisiera poder pedirle que se vaya a San Juan, a la casa de la esquina y que si ve un niño sentado en la galería le cante: Clin clin, clin clin…
De ella también depende que algún día sea un hombre lleno de felices recuerdos.
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